Alexandre la condujo sin decir una palabra hasta una sala pequeña junto a su oficina. Cerró la puerta con suavidad esta vez.
No hubo seguro.
Ese detalle no pasó desapercibido para ella.
—No estás atrapada —dijo él, como si hubiera leído su mente—. Si quieres irte, la puerta está ahí.
Valeria se quedó de pie, respirando hondo.
—Siempre dices eso… pero cuando me miras así, siento que no puedo moverme.
Alexandre apoyó una mano en la pared, a cierta distancia de ella. No la tocó.
—Entonces mírame ahora —pidió—. Y dime si ves a alguien que quiera obligarte a algo.
Ella levantó la vista.
No vio al jefe implacable.
Vio a un hombre cansado, tenso, con miedo de cruzar una línea que ya estaba demasiado cerca.
—Me asustaste —confesó ella—. No Esteban… tú. Cuando te vi bajar así… pensé que ibas a perderte.
Alexandre cerró los ojos un instante.
—Yo también lo pensé.
El silencio se alargó.
—No quiero volver a sentirme propiedad de nadie —continuó Valeria—. Ya pasé por eso. Me costó demasiado salir.