Veo que Santiago observa a la bebé sorprendido y luego me mira a mí.
—Dios, ¿cómo pudieron abandonarte? —La tomo en brazos y la acerco a mi pecho—. Santiago, no la podemos dejar aquí.
—Es obvio que no la podemos dejar aquí. Hay que llevarla a la policía.
—Espera, ¿y si nos quedamos con ella solo por esta noche y mañana la llevamos a la policía? —Santiago me mira por unos segundos y luego asiente.
—Está bien, pero primero hay que comprar cosas para la bebé. —Nos subimos al auto y manejamos hasta un supermercado. Compramos pañales, ropita y fórmula para darle, porque se nota que tiene hambre.
—No deja de buscar mi pecho —le digo a Santiago, señalando la manita de la bebé—. Es tan hermosa.
—Mía, no te encariñes con la bebé, mañana la llevaremos a la estación. —Llegamos a casa y todos nos ven sorprendidos cuando entramos con la bebé en brazos.
—Bueno, bebita, te vamos a dar de comer, que de seguro tienes mucha hambre —la señora de la cocina me ayuda a preparar la fórmula, y luego me siento