Alejandro seguía impactado por la noticia que su abogado le había dado. No podía creerlo. Camila ya no era su esposa. Aunque él no había firmado nada, ella había tomado esa decisión por su cuenta, dejándolo fuera de toda posibilidad de impedirlo. Ese pensamiento lo atormentaba. Se pasó una mano por el cabello, respirando hondo mientras intentaba asimilarlo.
Andrés, que había estado observándolo en silencio, cruzó los brazos y se apoyó en el borde del escritorio.
—No te preocupes —dijo finalmente—. Eso no es ningún impedimento para que Camila esté a tu lado.
Alejandro alzó la vista y lo miró fijamente. Andrés tenía razón. No importaba si en este momento ya no estaban casados; él no pensaba dejarla ir. Camila era suya, y la recuperaría sin importar lo que tuviera que hacer.
—Tienes razón —afirmó Alejandro con determinación, mientras apretaba los puños—. Solo quiero sacarla de este lugar y llevarla conmigo. Quizás es mejor así. Le pediré nuevamente que sea mi esposa, pero esta vez será d