El sol iluminaba suavemente el jardín de la casa. La brisa era tibia, y el canto de los pájaros acompañaba el ambiente de despedida. Camila y Adrien estaban de pie frente a la puerta principal. Adrien se había vestido con ropa informal, pero cuidada, listo para emprender su viaje hacia la ruta donde atendería unos asuntos personales relacionados con su trabajo.Camila lo miraba con una mezcla de emoción y tristeza. No quería que se fuera, pero comprendía que tenía que hacerlo. Adrien, con una sonrisa traviesa, la abrazó y, sin previo aviso, le dio un beso suave, cálido, cargado de sentimientos que habían ido creciendo día a día entre ellos. Al separarse, se inclinó hacia su oído y le susurró:—Te tengo un regalo.Camila lo miró sorprendida.—¿Un regalo? ¿Qué es?Adrien metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un teléfono nuevo. Se lo extendió con una sonrisa.—Es para ti. Allí tienes el número de tu madre. Para que puedas llamarla cuando quieras.Los ojos de Camila
Camila salió del restaurante con una sonrisa serena en el rostro. Sus pasos eran firmes, pero su corazón latía con fuerza. Afuera, el sol comenzaba a ocultarse tras los edificios, tiñendo el cielo de tonalidades doradas y anaranjadas. Eduardo y Sofía caminaban a su lado, acompañándola en silencio, como si entendieran que Camila necesitaba ese momento para procesar todo lo vivido dentro de aquel lugar que, a partir de ahora, sería parte de su destino.—¿Cómo te sientes, hija, al dar este paso tan importante en tu vida? —preguntó Sofía, rompiendo el silencio con una voz suave y maternal.Camila la miró con los ojos brillosos, y una emoción contenida la obligó a suspirar antes de hablar.—Me siento feliz —dijo, colocando una mano sobre su pecho—. Es como si mi vida estuviera tomando un rumbo diferente… más claro. Siento que por fin estoy haciendo algo por mí. Como si me estuviera reencontrando.Eduardo asintió con una sonrisa cálida y se acercó para tomarle el brazo.—Eso me alegra mucho
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo la casa en un silencio apacible. Camila, al ver a Eduardo y Sofía abrazados en la sala, decidió no interrumpir ese momento de ternura. Subió las escaleras con pasos suaves y, al llegar a su habitación, cerró la puerta con cuidado.Se sentó en el borde de la cama, dejando escapar un suspiro profundo. Sus pensamientos se agolpaban, y una mezcla de gratitud y confusión la invasión.—Sé que ellos me quieren proteger —murmuró para sí misma—. Han sido tan buenos conmigo.De pronto, recordó el teléfono que Adrien le había regalado. Se levantó, fue hasta su cartera y lo sacó. Observó la pantalla, donde solo había cuatro contactos. Con determinación, buscó el número de su madre y lo marcó.—¿Aló? —respondió Marta al otro lado de la línea.—Mamá... —dijo Camila, y una lágrima rodó por su mejilla—. Te extraño tanto.Marta, al escuchar la voz de su hija, sintió una oleada de emociones. Buscó una silla para sentarse, temiendo que sus piernas no la
Después de largas horas de vuelo, el avión aterrizó suavemente en la pista privada de la ciudad. Adrien bajó por la escalinata del jet corporativo con paso firme y mirada decidida. Vestía un traje oscuro impecable que acentuaba su porte elegante y dominante. Había estado varios días fuera, resolviendo asuntos de negocios, pero su mente seguía anclada en una sola preocupación: mantener a Camila cerca y a Alejandro Ferrer lejos de la verdad.Un automóvil de la empresa lo esperaba en la pista. El chofer le abrió la puerta trasera sin pronunciar palabra. Adrien subió, se recostó con un suspiro silencioso y cerró los ojos por un breve momento. El viaje hasta la sede principal de su empresa no tomó más de veinte minutos.Al llegar, Patricia, su fiel secretaria, lo esperaba en la entrada principal del edificio con su característica sonrisa profesional. Era una mujer joven, inteligente, de mirada cálida y de una lealtad incuestionable.—Buenos días, señor Garcías —dijo con tono firme y cordia
El sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas cuando Alejandro Ferrer abrió los ojos lentamente. Estaba en la habitación de Irma, recostado a su lado después de haber pasado la noche juntos. El ambiente era silencioso y la luz tenue filtrada por las cortinas dibujaba sombras suaves sobre las sábanas revueltas. Con cuidado, sin hacer ruido, se incorporó para no despertarla. La observó unos segundos; dormía tranquila, con una leve sonrisa en los labios. No sabía si era por la velada que habían compartido o por algo más, pero a Alejandro no le interesaba descubrirlo.Se levantó, recogió su ropa del respaldo de una silla y salió sin mirar atrás. Caminó hasta su habitación, cerrando la puerta con suavidad. Entró al baño y abrió la regadera. El agua caliente cayó con fuerza sobre su espalda, y mientras el vapor llenaba el espacio, sus pensamientos se dirigieron a una imagen que lo perseguía desde hace días: una foto de Camila.“¿Dónde te tomaste esa foto, Camila?”, murmuró, dejando qu
La mañana comenzó con un ambiente pesado en las oficinas del Grupo Ferrer. El edificio, impecable como siempre, se llenaba lentamente del bullicio cotidiano de empleados que comenzaban su jornada laboral. Algunos conversaban en voz baja mientras otros caminaban con carpetas en mano, cruzando los pasillos con prisa.Alejandro Ferrer entró por la puerta principal del edificio, impecablemente vestido, con una expresión seria que contrastaba con su puerta elegante. Saludó brevemente a los empleados que se cruzaban en su camino, sin detenerse ni un segundo.—Buenos días, señor Ferrer —le dijo una recepcionista al pasar.—Buenos días —respondió Alejandro con voz firme, sin cambiar el gesto de su rostro.Ricardo Medina, su amigo y mano derecha, lo observó desde la entrada del ascensor. Al llegar verlo, se adelantó unos pasos con una sonrisa en los labios.—Buenos días, amigo —saludó con tono amistoso.Alejandro lo miró de reojo, sin detenerse.—Buenos días… Justamente pensaba en ti.Ambos en
El cielo aún conservaba el tono suave del amanecer cuando Camila despertó. Un tenue rayo de luz se filtraba por las cortinas de su habitación, proyectando líneas doradas sobre las sábanas. Todavía envuelta en la calidez del sueño, su mano se estiró para alcanzar el teléfono que vibraba sobre la mesita de noche.—¿Aló? —contestó con voz somnolienta.Al otro lado, una voz cálida y alegre la saludó.—Buenos días, mi amor —dijo Adrien, sentado en su despacho desde muy temprano.Camila esbozó una sonrisa y se incorporó lentamente en la cama.—Buenos días, Adrien —respondió, aún medio dormida.—¿Te gustó el restaurante?—Sí, claro que sí —dijo con entusiasmo—. Y gracias por el nombre que le pusiste. Sabía que me iba a gustar.Adrien sonrió desde su escritorio, imaginándola con el rostro adormilado y la voz suave. Aquel nombre, “Los Sueños de Camila”, no era solo un homenaje: era una promesa.—Sabía que ese nombre tenía que ser tuyo —respondió él, con un orgullo tranquilo en la voz.Camila s
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl