Me adelanté con una suavidad, le tomé el rostro entre las manos, despacio, delicada, íntima… un gesto tan inesperado que ambos se quedaron completamente helados.
Mi voz fue un susurro de seda:
—Amor… ¿por qué no dejamos que Rebeca se encargue de la fiesta? Después de todo, ella lo organizó todo tan bonito… ¿no crees?
Rebeca abrió los ojos como si la hubiera abofeteado, Martín parpadeó, estoy segura de que estaba sorprendido por la cercanía, por el tono, por… todo.
Continué, inclinando un poco la cabeza con ese aire frágil que sabía que lo desconcertaba.
—Además… vi a la señora Méndez disgustada con el postre, y tú sabes que yo no soy buena para encargarme de eso.
Mi expresión se suavizó hasta volverse triste
—No quiero arruinar tu noche.
Martín se quedó callado, pensando, recalculando, y luego miró a Rebeca….ella lo miro nerviosa, apretando más su brazo.
—Pero Martín, yo… —empezó a decir.
Yo me adelanté otra vez
—Rebe… tú eres la encargada de la fiesta, nadie mejor que tú para supervi