Me quedé helada, los engendros del demonio, malcriados, crueles, desagradecidos, recordé la sopa hirviendo, los insultos, su desprecio, todo cayendo sobre mí como un golpe que no terminaba nunca.
Guardé silencio, y Claudio entendió todo sin que yo hablara.
—Pueden quedarse con sus abuelos —añadió—, pero son tus hijos, no puedes abandonarlos, recuerda que ellos heredarán la fortuna Cruz
Y… tenía razón, aunque no sintiera nada por ellos, eran parte del plan.
Asentí despacio, sin dejar de pensar en lo mucho que detestaba esa realidad.
Claudio continuó:
—Puedes llevarlos a un tipo de reclusorio de menores para corregir conducta, lugares especiales, después de lo que le contaste a mi padre te juro que no lo pensaría dos veces
—¿No es demasiado? —pregunté sorprendida.
—No te creas —respondió—, hay instituciones para eso, y después de lo que te han hecho… te conviene
Respiré hondo, iba a usar todo lo que fuera necesario.
Claudio me dijo algo más que me dejó perpleja, algo que hizo que mi est