Me levanté de la cama sintiendo el peso del insomnio y el arrepentimiento. Mi reflejo en el espejo me devolvió una imagen ajena: ojos hundidos, una mandíbula tensa y la sombra de una desesperación que nunca antes había conocido.
Por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en la herencia de mi padre, ni en el control de la empresa. Mi mente estaba obsesionada con Catalina. Sus palabras, "Estás enamorado de ti mismo, Leonardo", se repetían en un bucle cruel. Era una verdad dolorosa, pero ahora, mirando hacia el abismo de perderla, comenzaba a vislumbrar otra verdad: sí, era cierto que siempre había sido egoísta, pero algo en Catalina había roto esa barrera. Ella, la mujer que me desafiaba, la que me veía más allá de mi apellido y mi fortuna, era la única que realmente me importaba.
Me vestí deprisa, eligiendo la ropa con una desgana inusual. Cada acción me parecía pesada. Salí de casa y me dirigí a la empresa familiar, un edificio imponente de cristal y acero que siempre había represent