Mientras Leonardo lidiaba con su nueva y humillante realidad, y Mateo trazaba un plan para su redención forzada, Catalina se encontraba en su oficina, la mente a mil por hora, procesando la información que Inés le había proporcionado. La lista de mujeres que Leonardo había engañado, sus números de teléfono, eran un arma poderosa.
Catalina se había levantado ese día con una mezcla de furia renovada y una extraña claridad. La discusión con Leonardo la noche anterior, su patética defensa y su incapacidad para asumir la responsabilidad.
Inés entró en la oficina con su habitual pila de documentos, pero su rostro reflejaba una curiosidad apenas disimulada.
—Buenos días, Catalina —saludó Inés, colocando los papeles en el escritorio—. Parece que hoy el ambiente está… más tranquilo.
Catalina asintió, su mirada fija en el teléfono que sostenía. —Demasiado tranquilo, Inés. Eso me preocupa.
—Inés, estoy muy molesta por lo que pasó con Leonardo anoche. Sinceramente, no puedo seguir así. Leonardo m