Un hombre de mediana edad, curtido por el sol y corpulento, empujaba a una anciana en silla de ruedas, cuyos cabellos grises y las arrugas en su rostro, eran los únicos testigos del paso del tiempo y las batallas que había tenido que pelear.
Caliope apretó las manos en puños y su mandíbula amenazaba con romperse ante la presión que esta ejercía.
Se repetía una y otra vez que aquella mujer era una víctima más de la crueldad de su madre, pero no por eso disminuía la rabia en su corazón el recordar cada noche de insomnio, cada lágrima enjugada por su almohada, llorando amargamente por haberlo perdido todo... Culpandose por no ser capaz de proteger lo que decía amar con todas sus fuerzas.
El hombre acomodó la silla de la anciana, y se quedó a su lado.
- Puede retirarse.- La jueza indicó impasible.
- Lo siento su señoría, pero mi madre tiene problemas nerviosos y entra en pánico con facilidad, por lo que yo pido que se me permita quedarme a su lado para que permanezca tranquila y no haya i