El aire gélido acariciaba sus mejillas, secando el rastro de lágrimas que no dejaban de resbalar una tras otra hasta morir en su mentón. Sus piernas estaban cansadas, sus pies descalzos destrozados y su corazón a punto de estallar en su pecho.
La luna apenas le permitía ver con su luz mortecina los enormes árboles que le rodeaban, marcando el pequeño sendero que debía seguir para llegar a su destino, el cuál dudaba poder alcanzar.
El ruido de un centenar de pasos le hizo apresurar el suyo, aún cuando sus piernas, sin fuerza alguna, lo obligaron a morder el polvo, mientras lloraba desesperado al no poderse levantar de nuevo y ver cómo las sombras se acercaban cada vez más.
Se arrastró y recostó la cabeza sobre un árbol, mientras veía a su alrededor con miedo e inquietud, al ver como de súbito todo a su alrededor se quedaba tan callado, tan vacío... Tan muerto.
La tierra comenzó a temblar y un grito de terror escapó de su garganta, cuando una mano esquelética surgió de las entrañas de l