Capítulo XLIV
Maximiliano
Máximo sigue insistiendo, tratando de presionarme, mientras mi madre no deja de reprocharme.
Frunzo el ceño; cada palabra me irrita más.
—¡Basta! —gruño, con voz firme y cortante—. Ya escuché suficiente.
Salgo de la casa, con la rabia hirviendo bajo la piel, me subo rápido a mi carro y me dirijo a mi departamento, dejando atrás sus voces y su insistencia.
Voy manejando por las calles más concurridas de Guadalajara. Pensaba ir a mi departamento, pero necesito distraerme, necesito aire… no encerrarme en ese lugar.
Llego a uno de los bares más concurridos y me dirijo a una sala VIP. Le hago una señal al barman y le pido un whisky, necesitando algo que calme la tensión que siento. Desde aquí puedo ver la pista de baile: la música suena a todo volumen y el ambiente está animado, lleno de risas y luces que parpadean al ritmo de los cuerpos moviéndose.
Me apoyo contra la barra, dejando que el vaso se enfríe entre mis manos. Observo a la gente a mi alrededor: parejas