Céline despertó después del mediodía. Por un momento, la luz tenue y la calidez de las sábanas la confundieron. Instintivamente buscó el cuerpo de Kilian a su lado… pero no estaba.
Y entonces lo recordó.
El golpe del recuerdo fue brutal, como si alguien le hubiera vaciado un balde de agua helada sobre el pecho. Todo volvió de golpe. La explosión. La noticia. El silencio.
Y gritó.
Gritó como si el alma se le abriera desde dentro. Un grito que cruzó las paredes, que bajó por las escaleras y se coló en cada rincón de la casa. Luego vino el llanto. Desgarrador. De rodillas, en medio de la habitación, Céline rompió a llorar como no lo había hecho nunca.
Agnes fue la primera en subir. La encontró tirando objetos, abrazando almohadas vacías, lanzando preguntas sin respuesta:
—¿Por qué? ¿Por qué si todo iba bien? ¡Había vuelto a mí! ¿¡Para qué!? ¡Si lo iba a perder otra vez!
Agnes la acunó, intentó contenerla. Pero Céline era puro temblor y descontrol. Su llanto parecía el de alguien a quien