El último recuerdo de su otra vida fue el sonido sordo de la escotilla cerrándose.
Kilian descendió a la cámara oculta del velero con los latidos acompasados por la cuenta regresiva en su mente. Todo estaba listo: el maletín sellado con documentos, una pequeña reserva de oxígeno, y un transmisor sin señal. Afuera, el viento comenzaba a moverse con ese ritmo plácido que solo el Lemán sabía ofrecer al amanecer.
El sistema automático se activaría en diez minutos. Con precisión clínica, el barco seguiría su curso hacia una sección remota del lago, donde una detonación controlada simularía un accidente. No quedaría fuego. Solo restos dispersos, suficiente para dar por muerto a un hombre que ya había desaparecido desde hacía tiempos por dentro.
Kilian se dejó caer contra el casco frío y apoyó la cabeza. Cerró los ojos. Pensó en Yvania, que le había pedido un cuento esa noche. En Elian, que quiso ayudarle a plegar la vela. Pensó en Céline. En su olor tibio, en su risa libre y en la for