Las últimas semanas habían sido una espiral sin control para Sebastián. Lo que comenzó como una distracción, pronto se convirtió en una rutina decadente: alcohol, fiestas, cuerpos sin nombre y amaneceres vacíos. Había algo en esa fuga permanente que lo mantenía en movimiento… y al mismo tiempo lo hundía más.
Alina, al principio, lo disfrutó. Había sido idea suya salir más, conocer gente, experimentar nuevos lugares, explorar deseos reprimidos. Se sentía joven, libre, excitada. Sebastián era un hombre atractivo y, cuando se soltaba, tenía una intensidad que fascinaba. Las primeras noches fueron una liberación. El sexo era salvaje, impulsivo, sin reservas. Viajaban en yate a otras islas, iban a fiestas privadas, compartían noches de desenfreno que los dejaban sin aliento.
Pero ahora, ella lo miraba con el ceño fruncido mientras lo ayudaba a quitarse los zapatos. Había llegado tambaleándose, con la camisa abierta y el aliento empapado de licor caro. Alina sabía leer a las personas. Y S