—Aurora.
Estaba tan encerrada en mis pensamientos que no vi cuando Dante se me acercó. Lo miré.
—Señor —«espera, me acaba de mirar mal… ¿qué le pasa hoy?»—.
—La estoy esperando desde hace rato.
—Ay, sí, lo siento —lo miré fijamente—, señor.
Y vi cómo su ojo izquierdo saltaba sin intención, apretando los labios.
«¿Tiene algún problema con esa palabra?»
—Perdón, estaba hablando con mi padre, y me quedé pensando en algo que dijo —«mentirosa, eres una mentirosa… aaa, pero cómo te molesta cuando te mienten por bobadas. Sigue así, Aurora, y después te indignas cuando te mienten»—.
¿Perdón, me necesita?
—¿Pasó algo con tu padre? —me dijo preocupado.
«Soy una vil mentirosa… y me arrepentí por un momento. De verdad parece interesado.»
—No, no, señor —volvió a apretar los labios—.
«¿Será que mejor no le digo así o puedo fingir que no noto nada? Igual solo lo estoy tratando con respeto. ¿Por qué hace caras? ¿Tendrá un trauma con la palabra “señor”?»
—Cosas sobre mi madre, pero nada grave.