Soltó mi mano y se acercó peligrosamente.
Sus dedos se enredaron en mi nuca, tirando de mi cabello hacia atrás hasta obligarme a mirarlo, sin lastimarme.
—Dante… —susurré, pero lo único que gritaba en mi cabeza era: «bésame de una puta vez».
Su aliento rozó mi boca, tan cerca que temblé.
—Dime, Aurora. ¿Quieres seguir? —preguntó. Asentí, demasiado rápido.
—Voy a preguntar solo una vez, y quiero que lo pienses bien.
Porque lo que decidas ahora cambia todo para siempre. ¿Vas a ser mía?
—Sí —la palabra me salió ansiosa, casi desesperada.
«Dios, no puedo verme más entregada y fácil.»
Me sonrojé al instante, y él soltó una carcajada oscura.
—Te diría que lo pensaras mejor, pero soy demasiado egoísta.
Eres mía, Aurora. Desde hoy, mía. Recuérdalo.
Me acerqué a su boca, rogando por un beso.
Pero en vez de tomarme, bajó lentamente hacia mi cuello.
Sus labios empezaron a recorrer mi piel, succionando con fuerza.
Mordió, chupó, dejó marcas que ardían y excitaban al mismo tiempo