—Se supone que íbamos a confiar en el otro y no decir mentiras. —Me miró con odio.—
 Solo te duró medio día la promesa.
 Cuando volvimos a la mesa, ustedes estaban muy felices coqueteando.
—No… ¿qué te pasa por Dios, Dante?
 No estábamos coqueteando.
 Nada más lejos de la realidad.
Él se volvió a acercar a mí y tocó mi cabello.
—Si no estaban coqueteando, ¿por qué mierdas él estaba tocándote?
 ¿Y por qué, desde que llegaron al restaurante, empezaron a hablar entre ustedes como si no existiéramos?
 ¿Cómo puedes hacerle eso a Emilia?
 Ella confió en ti.
 Ahora sé que solo fingías ayudarla para meterte con él.
«¿Qué?
 ¿Que ahora resulta que ser imbécil es de familia?
 ¿Cómo Dante puede pensar eso de mí?
 ¿Cómo pueden creer eso?»
—¡Qué te pasa, Dante!
 Se supone que el inteligente de la familia eres tú.
 Si nos hubieras visto por dos segundos de verdad, y no solo tratando de no mirarme a la cara,
 te habrías dado cuenta de que no teníamos una conversación agradable.
 Tu hermano… tu ¡herman