En las pocas reuniones que había tenido con colegas, hablábamos de nuestras esposas los que éramos casados, los solteros pues comentaban de sus novias y entonces los casados aventureros se entusiasmaban y soltaban cuentos de sus encuentros con amantes, varios de ellos llevaban tiempo con la misma, otros sólo las dejaban luego de un par de encuentros. Todo en sus vidas seguía normal, en sus casas con sus esposas ¿cómo lo hacían? No sé. En poco tiempo estaba yo sin esposa y sin amante, con la que quería estar, por la cual sufría una fiebre que contagiaba no sólo mi espíritu sino también el cuerpo, despertaba mi virilidad al máximo y no me dejaba pensar con claridad, estaba ausente y también la hacía sufrir.
-Doctor, buenos días.- Doris entró el consultorio con voz mañera.
-Buenos días Doris.
-Para hoy