Cuando Eva despertó, se encontró en un lugar frío y oscuro. La confusión la invadía, y el dolor en su abdomen era abrumador. Intentó moverse, pero el dolor era intenso. — ¿Dónde estoy? — susurró, sintiendo que la realidad comenzaba a desvanecerse nuevamente. — ¡Eva! — escuchó una voz que la llamó, y sintió que algo dentro de ella se encendía. Era Gabriel —. ¡Eva, por favor, responde! La voz de Gabriel era como un faro en medio de la tormenta. — Gabriel… — murmuró, esforzándose por abrir los ojos. — Estoy aquí, estoy aquí — dijo él, acercándose a ella, su rostro lleno de preocupación —. No te muevas. Estás herida. — ¿Qué pasó? — preguntó Eva, sintiendo que la confusión la invadía nuevamente. — Te dispararon — respondió Gabriel, su voz temblando, y Eva sintió que el miedo la envolvía —. Te encontré en el suelo, y llamé a una ambulancia. Estás a salvo ahora, solo intenta mantenerte despierta. La realidad de lo que había sucedido comenzó a inundar su mente. Recordó el tiro
La reacción de Gabriel fue instantánea.— ¿Qué? ¿Ella sabe quién está detrás de esto? — preguntó, sintiendo que la preocupación lo invadía —. ¿Por qué no me lo dijiste antes?— No sabía que iba a actuar así — respondió Penelope, sintiendo que la culpa comenzaba a devorarla —. La idea era tener las pruebas y entregarte. Gabriel sintió que la rabia se desvanecía lentamente, reemplazada por la preocupación. — ¿Y si le pasa algo? No puedo permitir que eso suceda — dijo, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de él —. ¿Quién es la mujer detrás de todas nuestras desgracias? ¿Quién es la maldita esa?— ¡Gabriel! — La voz de su madre resonó en el pasillo —. Hijo mío. Mi niño. Me acabo de enterar de lo que pasó. ¿Cómo está Eva? Gabriel se encontraba de pie, frente a su madre en el pasillo del hospital. La tensión era palpable en el aire, y su mente estaba en un torbellino de emociones. — Eva está bien, madre, pero no es el momento para hablar de eso — dijo, sintiendo que cad
La habitación del hospital estaba impregnada de un aire denso, casi palpable. Gabriel, con su corazón acelerado, entró y se encontró con la mirada fría de su madre. La máscara que había llevado durante años se deslizaba lentamente, revelando la verdad detrás de su fachada.Eva, se encontraba sentada en la cama, su rostro pálido contrastando con las sábanas blancas. La madre de Gabriel, con su tono pasivo-agresivo, soltaba comentarios que echaban sombra sobre la presencia de Eva.— ¿Por qué siempre tienes que estar aquí, Eva? No quiero que te sientas obligada — decía, mientras sus ojos se posaban con desdén en la joven —. Es decir, entiendo que fue un atentado, pero, te has puesto a pensar por qué te dispararon.— Yo… Eh… No lo sé. Quizás fue un accidente.— ¿Accidente? ¿En un lugar como ese?La puerta se abrió de repente y el esposo finalmente entró. Eva sintió respirar nuevamente, forzando una sonrisa en su rostro.— Mi amor, ya despertaste… ¿Cómo te sientes?— preguntó, ignorando por
Por otra parte, mientras Gabriel estaba con una crisis en el hospital, su hermano menor andaba como mariposa libre buscando a la mujer que le gustaba. Él no podía evitarlo. La extrañaba. Así que, esa misma tarde, mientras la crisis de la mujer perdida surgía en el hospital, él se plantó frente a la puerta de Penélope, su corazón latiendo con fuerza. Cuando ella abrió, la atrajo hacia él, sus labios chocando en un beso apasionado. La química entre ellos era innegable.— ¿Qué haces? ¿Qué sucede? — preguntó en silencio, pero obviamente él no comprendería.— Eres hermosa. Me he vuelto adicto a ti — dijo, deteniéndose unos segundos para admirarla —. No puedo parar, Penélope. No puedo hacerlo.Entonces, volvió a besarla, y de allí pasó al cuello, sus manos acariciando sus pechos redondos y perfectos, su piel blanca, su cabello como el fuego. Ella era candente, atrevida y santa. Todo en uno.Se lanzaron a la cama, dejándose llevar por el momento. Las caricias eran urgentes, los susurros de G
Jason Barut sentía las sombras acechándolo. Necesitaba dinero, y su única esperanza era Leonarda, quien, de repente, había desaparecido. La tierra parecía haberse tragado su rastro. En un acto desesperado, lo atrapó la policía.Intentó huir, su corazón latiendo con fuerza, pero no había escapatoria.— Quiero hablar con Eva Montenegro — exigió, su voz temblando de ansiedad.El oficial lo miró con desdén.— No podrá, está hospitalizada. — Jason se sorprendió.— Eso es imposible ¿Qué le pasó?— No es de tu incumbencia, pero tiene derecho a una llamada. Te aconsejo que aproveches esa llamada — dijo el oficial. Miró a otro compañero —. Trae a Gabriel Montenegro. Nadie debe saber que lo estoy buscando por él.Por otra parte, Penélope se detuvo frente a la casa de los Barut, su corazón latiendo con fuerza. La estructura, un antiguo edificio de ladrillo desgastado, parecía un refugio común, pero para ella, era el epicentro de un torbellino emocional.— ¿Estás segura? — preguntó, girando la ca
Jason Barut estaba sentado en su celda, el frío de las paredes de hormigón envolviéndolo como una manta helada. La presión de la situación lo consumía, y su mente giraba en torno a la única persona que podía ayudarlo en este momento: su madre. Con el corazón acelerado, tomó el teléfono que le ofrecían, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo al marcar el número familiar.Cuando su madre atendió, su voz resonó como un eco en la oscuridad.— Madre — dijo el arrestado.— ¿Jason? — preguntó, un tono de preocupación impregnando sus palabras.— Mamá, la policía finalmente me atrapó — dijo, sintiendo que el peso de la revelación lo aplastaba —. No sé cuánto tiempo estaré aquí, pero necesito que me… ayudes.La señora Barut, en su casa, miró a Eva, que estaba de pie frente a su esposo, James, quien había estado gritando momentos antes. La tensión era palpable en la habitación, y la mirada de Eva reflejaba la angustia que Jason sentía a través del teléfono.— ¿Qué? ¿Qué quieres decir con que
Jason Barut estaba desesperado. La presión de la policía lo seguía, y cada día que pasaba sin noticias de Leonarda lo llevaba más al borde. La llamada que había hecho para pedir ayuda simplemente, lo desechó. El hecho de saber que Eva había recurrido a su familia le llenaba de esperanza y ya no a modo de venganza. Podría usarla a su favor; pero en ese momento, no quería venganza; quería enmendar su error. Quería simplemente recuperarse.Su mente se llenaba de pensamientos oscuros. Y podría decirse que necesitaba de Leonarda, pero ella no era importante como su pellejo.— ¿Dónde te metiste maldita perra? — murmuró para sí mismo, mientras se restregaba el rostro con las manos.Un oficial se acercó y le sonrió de forma peligrosa.— Barut, tienes visita. — Jason se tensó.— ¿Quién es?— No lo sé, pero parece importante — respondió el oficial, señalando hacia la entrada —. Traje de diseñador, y ojos asesinos.— Debes aprender a cerrar la boca, oficial. — La voz de Gabriel resonó en
La penumbra del despacho se intensificaba con cada segundo que pasaba. La señora Francisca, envuelta en su abrigo de terciopelo negro, sostenía el teléfono con una mano temblorosa, el ceño fruncido y el pulso acelerado. Su mirada estaba fija en la ventana, como si esperara que la oscuridad misma le diera respuestas. — ¿Dónde están mis hombres? — gritó, su voz resonando en las paredes del despacho. La rabia brotaba de su ser, un volcán a punto de estallar. Necesitaba que encontraran a esa bastarda manipuladora antes de que abriera la boca, antes de que todo se desmoronara. La línea se cortó y un silencio inquietante invadió la habitación. Francisca dejó caer el teléfono sobre la mesa, su respiración agitada. Se giró lentamente, su mirada se posó en un rincón, donde una figura etérea parecía flotar. Era Violet, pero solo ella podía verla. — Tú debes hacer lo que te ordene — murmuró Francisca, su voz apenas un susurro. Su mente maquinaba, buscando formas de manipular a quienes la r