— Creo que será mejor trabajar — aconsejó Eva, y tanto Pen como Gael, salieron de la oficina.
La atmósfera en el despacho de Eva se volvió tensa y cargada de emociones no expresadas. Una vez que quedaron solos, Gabriel y Eva se miraron mutuamente, sintiendo que el silencio entre ellos era denso, casi palpable. Había algo en el aire, una corriente eléctrica que no podían ignorar.
— Gabriel — comenzó Eva, rompiendo el silencio —. Creo que… que se gustan.
Las palabras salieron de su boca como un susurro, pero resonaron fuertemente en el aire.
Gabriel frunció el ceño.
— Eso es imposible — respondió, sintiendo que la negación se formaba en su pecho. La idea de que pudieran gustarse le resultaba abrumadora, casi aterradora.
Eva se quedó mirando fijamente un punto en la pared, como si buscara respuestas en la pintura.
— ¿A tu madre no le gusta, no es así? — cuestionó de repente, rompiendo el momento de tensión.
Gabriel la observó, sintiendo que la conversación tomaba un giro inesperado.
— So