POV DE FREDRIC
Aquella mañana, el cielo parecía vidrio roto: claro en algunos lados, pero con grietas grises en los bordes.
Estaba sentado en una mesa del rincón del restaurante del hotel La Fontaine, mirando una taza de café que llevaba diez minutos fría. Frente a mí, Paula se retocaba el labial usando el reflejo de una cucharilla de plata, como si aún hubiera algo que salvar de aquel rostro que alguna vez fue perfecto.
“Necesito que vuelvan a creer en mí,” dijo, observando su propio reflejo. “Eso es todo lo que pido. Si no fuera por tu abuela, ¡no estaría rebajándome de esta manera!”
No respondí. Conocía bien el significado de ese tono: súplica disfrazada de orgullo. ¿Decía que no estaba mendigando? Ja. ¿Y qué otra cosa había estado haciendo conmigo todo este tiempo?
Ya me sabía de memoria cada nota falsa que salía de su boca.
Un hombre de mediana edad, con traje gris, se acercó a nuestra mesa. Llevaba el cabello cortado al ras, una corbata cara y una mirada cautelosa, como alguien