La sala aún palpitaba con la tensión residual, como un cuerpo después de una convulsión. El eco de las últimas palabras de Evelyn se desvaneció lentamente, dejando tras de sí un aire denso, cargado de miedo punzante, sorpresa incrédula y una desconfianza que se extendía como una sombra helada. Pero también se percibía un agotamiento físico y emocional, un peso que oprimía los hombros de todos. Los ojos, como imanes invisibles, seguían clavados en Rowan, quien permanecía aferrado a la pierna de su padre, su pequeño rostro parcialmente oculto en el abrigo de lana áspera. La presión sobrenatural que los había subyugado momentos antes se había esfumado, como una pesadilla al despertar, pero su recuerdo permanecía vívido, tatuado en la memoria como una cicatriz reciente y dolorosa.Un murmullo suave, casi un suspiro colectivo de incertidumbre, se alzó entre los ancianos hasta que uno de los más antiguos, su barba blanca como la escarcha invernal y sus ojos opacos velados por la edad, levan
Mientras tanto, en los aposentos del Alfa, los guardias montaban una vigilancia silenciosa ante la puerta, una barrera invisible destinada a impedir que Damián rompiera su encierro y acudiera en ayuda de su luna. Él, ajeno a su presencia constante, no podía dejar de caminar de un lado a otro, sus pasos marcando un ritmo frenético en un intento desesperado por aplacar los nervios que le roían por dentro. De vez en cuando, su andar se detenía bruscamente frente al lecho donde su hijo dormía con una aparente paz que contrastaba con la tormenta que se desataba en el corazón de su padre.Un silencio denso, casi palpable, envolvía la menuda figura de Rowan. El niño dormía inquieto, su cuerpo delgado retorciéndose entre las sábanas de lino como si una fuerza invisible lo arrastrara hacia un abismo oscuro tejido en la urdimbre de sus sueños.Finalmente, Damián se dejó caer pesadamente al borde de la cama, sus grandes manos enlazadas sobre las rodillas tensas. Sus nudillos estaban blancos por
Mientras tanto, en los sueños inquietos de Rowan, una figura imponente se materializaba entre la niebla etérea que envolvía sus pensamientos. Un lobo blanco, de pelaje inmaculado como la nieve recién caída bajo la luz de la luna, lo observaba con una mirada profunda y sabia, penetrando la inocencia de su semblante infantil. Sus ojos eran idénticos a los de Rowan, espejos plateados que reflejaban la misma luz misteriosa, pero llenos de la sabiduría acumulada a lo largo de incontables siglos, de historias silenciosas grabadas en el tejido del tiempo. Hablaba sin mover su hocico, su voz resonaba en la mente del niño como un eco ancestral, surgiendo del mismo viento que acariciaba las cumbres de las colinas.— No temas a lo que eres, pequeño eco de la luna primigenia — la voz del lobo era suave pero imponente, cargada de una autoridad cósmica — El mundo, en su ignorancia y su miedo, querrá encadenarte, domesticar tu esencia salvaje, reducir tu brillo a una pálida imitación. Pero tú… tú na
Un escalofrío reptó por la espalda de Damián, helado y afilado como la punta de una lanza de obsidiana, anunciando un presagio funesto. Algo se quebró en su interior, un grito ahogado, un eco desgarrador que no vibró en el aire, sino que resonó visceralmente en lo más profundo de su vínculo con Isolde, como una cuerda tensa que se rompe. No necesitó más señales. Su lobo interior aulló, un rugido primario y feroz que acalló toda lógica, silenciando las débiles órdenes del consejo como el viento silba sobre una ruina abandonada.Sus pies se lanzaron por los corredores como una ráfaga de viento furioso, golpeando el suelo de piedra con una urgencia visceral que no admitía preguntas. El mundo entero se redujo a un único propósito obsesivo: encontrarla, alcanzarla antes de que fuera demasiado tarde.El corazón le retumbaba en los oídos como un tambor de guerra desbocado. No escuchaba más que ese latido frenético y el jadeo áspero de su propia respiración. Entonces, al doblar una esquina ab
Una sombra se despegó de la pared del pasillo, fundida con la penumbra como una criatura paciente y calculadora que acechaba desde las grietas de piedra y silencio. Desde allí había presenciado la furia desbordada de Damián, el ataque torpe y desesperado de Evelyn, y luego… el milagro. Aquella luz que no debía existir. Aquella sanación imposible, grabada en su memoria como una afrenta a las leyes naturales.Una mueca de disgusto torció sus labios, apenas perceptible en la oscuridad.— Estúpida… maldita estúpida — siseó, su voz apenas un murmullo áspero, casi devorado por el aire helado que recorría los pasillos.Sus ojos, brillantes como ascuas encendidas, habían seguido con atención la huida atolondrada de Evelyn. Negó con la cabeza en un gesto lento, contenido, casi felino, como un depredador que lamenta la torpeza de su manada.— Tanta paciencia… tanto trabajo… — murmuró con el veneno denso en cada palabra, saboreando su amargura — Todo arruinado por un estallido de celos infantile
—Antes de continuar con esta unión —la voz del Alfa Damian era dura como el acero y su mirada fría como el hielo— quiero que se le realice una prueba de virginidad a Isolde.El mundo de Isolde se congeló en ese momento. Fue como si los latidos del corazón se le detuvieran en el pecho, y un incómodo zumbido retumbaba sin parar en sus oídos.Estaba de pie en el claro, con el bordado plateado de su vestido de novia blanco brillando a la luz de la luna, simbolizando la bendición de la Diosa de la Luna sobre todos los lobos. Pero en ese momento no sintió ningún atisbo de santidad, sólo un frío penetrante que se le clavaba en la piel como sí miles de agujas la estuvieran atravesando a la vez.La expresión del Alfa Damian le resultaba desconocida. No había ternura, ni amor, ni siquiera un atisbo de emoción en su mirada. La observaba como si se tratara de una mercancía a inspeccionar.—¿Qué…? —susurró ella, sin comprender del todo lo que acababa de escuchar.—A mis oídos han llegado rumores d
Era Evelyn, su prima.Odiaba a Isolda, mucho.Nunca había entendido porque ella tenía más privilegios si las dos venían de la misma sangre, si la única diferencia entre ellas era que Isolde era la hija del primogénito de su abuelo y ella solo la hija del segundo hijo, que el simple orden de nacimiento hubiera evitado que se convirtiera en la princesa heredera del clan. Era mucho más digna que Isolde estaba convencida de ello.No estaba dispuesta a rendirse ni mucho menos, y ahora empezaba la diversión, su momento de hacerles pagar a los suyos por no haberse dado cuenta de que ella era una princesa mucho más digna.Evelyn sonrió con malicia, alzando la voz para que todos la escucharan.—Yo misma puedo dar testimonio de lo que ha estado haciendo mi prima, tio. No es ningún secreto que Isolde ha pasado por la mayoría de los machos de nuestra manada.—¡Mentira! —gritó Isolde incapaz de contener por más las lágrimas y estallando a llorar— Eso no es cierto, no puedo pasar la prueba pero no
—Está muerta — dijo uno de los guerreros tras agacharse e intentar encontrar el pulso de la joven sin lograrlo.El eco de la masacre aún flotaba en el aire, mezclándose con el olor a sangre, traición y muerte que impregnaba el claro.Los cuerpos sin vida de los caídos cubrían el suelo como hojas marchitas tras una tormenta. Los gritos se habían apagado, sustituidos por el pesado silencio que deja la muerte a su paso.Evelyn, con el vestido rojo empapado en sangre ajena, avanzó con hasta donde yacía el cuerpo de Isolde. La luna, testigo de su victoria, brillaba sobre su piel pálida y su mirada chispeó con una satisfacción oscura.—¿Estás seguro? —preguntó, observando el cuerpo inerte de su prima.—No hay respiración, mi señora —confirmó el guerrero— Su pecho no se mueve y tampoco fui capaz de encontrarle el pulso.—Bien.—La sonrisa de Evelyn fue lenta, cruel, victoriosa.Se agachó, sus dedos acariciaron con desdén la mejilla de Isolde, manchándola de la sangre que aún tenía en la mano.