45. Ya le di la poción

La madera del suelo crujía bajo los tacones de Evelyn mientras avanzaba por el pasillo angosto, como si cada paso fuera un latido más de su cólera contenida. El velo de elegancia que usualmente cubría su rostro estaba desgarrado por una rabia fría y una ansiedad creciente. Había visto demasiado. Había sentido esa punzada en el pecho que no podía admitir. Y no iba a permitir que nada, ni ese niño, ni los sentimientos de Damián, interfirieran en lo que le pertenecía por derecho.

Abrió la puerta de golpe sin molestarse en llamar.

El hombre dentro apenas levantó la vista. Estaba sentado a la sombra, en una vieja silla de respaldo recto, girando lentamente una copa entre los dedos. El vino oscuro se agitaba como un secreto a punto de desbordarse. Su rostro, enjuto y pálido, se mantenía impasible. Sus ojos grises, vacíos de compasión, la estudiaban con una calma que resultaba casi insultante.

— No me digas que estás tranquilo — espetó Evelyn, cerrando la puerta con un estruendo que hizo vib
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