Meg daba vueltas por su pequeño apartamento como si fuera un pájaro enjaulado que buscara una apertura en su jaula. Estaba nerviosa, y llevaba dos días con un irremediable dolor de estómago, que no la dejaba comer nada, y mucho menos dormir a gusto.
Mientras Jonah, Ben y ella paseaban el pasado sábado, el amable profesor había insistido en invitarla a tomar un refresco en un bar de la zona, y lo cierto es que ella, agotada por las horas que llevaba caminando, no había podido resistirse.
Mientras estaban en el bar, vigilando atentamente a Ben, que jugaba en el parque que estaba justo enfrente de la cafetería a la que ellos habían acudido, una noticia llamó su atención.
Salió en las noticias de la televisión que el establecimiento tenía en una esquina, y a la que casi nadie prestaba atención. Fue un