Cuando Diana y su marido escucharon las palabras de su madre ambos se miraron con sorpresa.
—¿Qué le puedo regalar a tu madre? Comienza a caerme muy bien, quiero ser un buen yerno. —Diana miró a su madre con preocupación, si continuaba hablando así temía que a Izan no le importara golpearla en público.
Su expresión era de tanta rabia que daba miedo.
Le parecía mentira que hubiera estado casada con él y se hubiese mantenido ciega todo un año.
Ese hombre era un cínico, un mentiroso y además un manipulador.
—Voy a detener a mi madre, no quiero que ese hombre le haga algo. —Antes de que pudiera salir de entre los bancos, Alexander la agarró.
—Tú no irás a ninguna parte sola, se te olvida que yo estoy aquí y no voy a permitir que nadie le toque un solo cabello a tu madre o a ti.
Diana sintió que el cuerpo se le quedaba sin fuerzas y que sus hombros que momentos antes habían estado rígidos sucumbían a su propio peso.
—¿De verdad? —preguntó, incrédula—. Yo… No sé qué decir.
Era tan extraño t