Dijo: «Juniper», con una voz apenas susurrante, pero llena de intensidad. «Te mantendré a salvo». Prometo que no te pasará nada ni a ti ni a nuestro hijo.
Las palabras flotaron en el aire, pesadas. El pecho de Juniper se encogió de ansiedad y duda. Lo miró a los ojos buscando algo, cualquier cosa, que la ayudara a calmar el pánico que le subía por la garganta.
«¿Cómo?», murmuró, con la voz temblorosa. «¿Cómo puedes protegerme de esto?».
Al incorporarse, Callum apretó la mandíbula y cerró el puño. Sus ojos estaban llenos de rabia, como un hombre que ha sido maltratado y haría lo que fuera para arreglar las cosas. «No me detendré ante nada para asegurarme de que estés a salvo», juró en voz baja y resuelta.
La promesa en sus palabras atravesó la preocupación que se acumulaba en el corazón de Juniper. Quería confiar en él y tenía que confiar en él. Pero la amenaza que se avecinaba era demasiado grande y fuerte.
—No dejaré que se salga con la suya —añadió Callum, con el fuego en su mirada