RICARDO:
No pude evitar soltar una carcajada amarga. Era un sonido seco, desprovisto de cualquier rastro de humor, y claramente la sorprendió. La miré por fin, directo a esos ojos que aún destilaban veneno, y me incliné ligeramente hacia ella.
—¿De verdad crees que iba a destruir el trabajo de toda mi vida por ti? —repliqué, irritado, a punto de perder el control—. Nunca te había visto antes, ni sabía de tu existencia. Tu mundo y el mío no tienen nada que ver, Victoria. Estaba a punto de lograr todo lo que había soñado y por lo que trabajé hasta el agotamiento como para hacer algo tan bajo como lo que hicieron. ¿Sabes qué? Yo podría pensar lo mismo de ti.Victoria no se inmutó por lo que le dije. Parecía disfrutar echándome la culpa de todo el desastre y librándose de toda su responsabilidad.—Todo en