Cuando David se enteró de que Mardeli había puesto su cargo a disposición, decidió regresar.
Ella todavía estaba en la oficina y cuando volvió a casa lo encontró con su hijo dormido en el pecho.
—¡Hola!
Saludó. No podía gritarle y maldecirlo aunque lo deseara, su hijo despertaría asustado.
—¿No te molesta que esté aquí?
Preguntó él, alzando una ceja que en otra ocasión resultaría muy atractivo.
—Es bueno que veas a tu hijo por última vez.
—Eso está por verse. No creas que aceptaré tu renuncia.
—¡Ash! Claro, se me olvidaba que el secretario es tu tapadera.
David sonrió. Se levantó para ir a acostar a su hijo y luego volvió.
Le dijo que había enviado a la niñera a que se quedara en un hotel por esa noche. Quería que se aclarara su situación de una vez por todas.
Ella lo aceptó, discutir no era buena opción en un momento tan tenso, desesperante y decisivo.
—David, no me importa si aceptas o no mi renuncia, no volveré a tu empresa, ya lo he decidido.
Tampoco quiero seguir compartiendo mi