En ese momento, Marissa rompió en llanto. Las lágrimas le resbalaban sin control por las mejillas, y aunque Lucas deseaba con todo su ser acercarse, tomarla entre sus brazos y consolarla, no se atrevió a moverse. Él permaneció inmóvil, con los brazos a los costados, conteniéndose, sabiendo que cualquier intento de acercamiento podía ser malinterpretado o, peor aún, rechazado. Y entonces, ella se secó las lágrimas con la mano temblorosa, enderezándose con la dignidad rota.—No sé qué hacer, Lucas —expresó—. Antes de que tú y yo estuviéramos juntos, antes de todo esto… yo sentía que era capaz de olvidarte. Lo creía de verdad. Pensaba que si me alejaba, si me ocupaba en otras cosas, poco a poco se me iría apagando lo que siento por ti. Pero ahora… ahora que compartimos tiempo, que ya me entregué a ti por completo, que ya sentí tu cuerpo, tus caricias, que me acostumbré tanto a tu calidez, a tu voz… ¿cómo se supone que debo olvidarte? ¿Cómo puedo alejarme de ti cuando ya ocupas un lugar t
Richard había logrado evitar todo tipo de encuentros con Lucas durante los últimos días. Ambos compartían el mismo techo, la inmensa mansión Morgan, pero habían aprendido a moverse en silencio, como dos almas errantes que ni siquiera se cruzaban.Richard había memorizado los horarios en que Lucas solía frecuentar la cocina, y organizaba sus movimientos para no coincidir con él. Por eso, cuando aquella mañana decidió bajar por un café, jamás imaginó que se toparía con él. Fue como entrar en una habitación y ver a un fantasma. Lucas estaba de espaldas, concentrado en servir el líquido oscuro en su taza, y al girarse, sus ojos se encontraron de lleno con los de Richard. Richard se quedó paralizado, sorprendido de encontrarlo allí. Un reflejo automático lo hizo girarse con la intención de marcharse sin pronunciar palabra, pero entonces escuchó la voz de Lucas.—Espera.La sola palabra lo detuvo. Richard se giró lentamente, sorprendido de que Lucas hubiera tomado la iniciativa.—He estado
—Además, estoy con alguien ahora —añadió Lucas—. Una mujer que me ama tal como soy, con mis errores, con mis sombras. Estoy intentando algo real con ella, y quiero hacerlo bien. Parte de eso es cerrar capítulos que aún me pesan. Esto… lo que pasó entre nosotros, entre tú, yo y Marfil… ya no me pertenece. Ya no quiero arrastrarlo más. Sea lo que sea que ocurra entre ustedes, no es asunto mío. Lo solté. Estoy listo para seguir adelante. Estoy decidido a ser feliz con mi novia.Lucas bajó la mirada después de haber dicho lo que sentía, como si al pronunciar esas palabras se hubiese despojado de algo que llevaba demasiado tiempo cargando.—Eso era todo lo que quería decirte… Lamento haberte hecho perder unos minutos de tu tiempo.Caminó hacia la salida de la cocina dispuesto a marcharse, ya sin esperar respuesta. Pero antes de que pudiera cruzar el umbral, escuchó su nombre.—Lucas.Él se detuvo, con la mano casi rozando el marco de la puerta. No se giró, solo se quedó quieto, escuchando.
—Mi presencia no será una molestia ahora que no hay nadie —respondió Marfil con una falsa dulzura que sólo resaltaba la ironía de sus palabras—. No hay absolutamente nadie en el local. O... ¿también atienden a fantasmas?Lucas, que hasta entonces había guardado silencio, se incorporó con una mueca de hastío dibujada en el rostro. Su paciencia comenzaba a resquebrajarse.—Marfil —pronunció—, ya te lo aclaré antes. Este es mi lugar de trabajo, y no pienso hablar aquí de asuntos personales.Ella, lejos de intimidarse, arqueó una ceja.—¿Quién dijo que vine a hablar de algo personal?Lucas resopló y cruzó los brazos, tratando de no perder el control frente a su compañera.—Entonces dime, ¿para qué otra cosa vendrías? Dudo mucho que sea para comentarme sobre lo que hiciste esta mañana.Marfil soltó una risa áspera, llena de reproche, y se inclinó hacia el mostrador.—Si no te molesta que hablemos con esta chica presente, pues lo haré. No tengo ningún problema —declaró, como si supiera que
La mano de Lucas seguía aferrada a la perilla, como si no hubiera escuchado bien. Lentamente se giró hacia ella, mirándola con escepticismo.—¿Qué dijiste? —preguntó.Frente a él, Marfil lo sostuvo con la mirada, con los labios apretados y el rostro ya sin la terquedad de antes, solo con esa serenidad amarga que precede a una renuncia.—Que lo dejemos por terminado, Lucas. Si tú ya no quieres estar conmigo, entonces no tiene sentido forzar más esto —replicó.Lucas sintió que algo se reacomodaba en su pecho. Una parte de él se resistía a ese final, pero otra, más lógica y cansada, sabía que era lo correcto. Quizá, al fin, ella había comprendido cuánto daño estaban haciéndose el uno al otro.—Perfecto —soltó él, aunque la palabra le supo a hierro. No era una victoria, no era alivio. Era una tregua desesperada. Aun así, era lo que llevaba deseando desde hacía semanas: que Marfil dejara de aparecer, de irrumpir en su vida y en su mente, de arrastrarlo a ese caos en el que no podía respira
Al salir del baño, caminó hasta la habitación. Sobre la cama, cuidadosamente dobladas, encontró unas prendas masculinas. Asumió que Marissa las había dejado para él, quizá ya conociendo el ritual. Se vistió sin pensarlo demasiado y luego se dejó caer entre las sábanas. Cerró los ojos un instante, justo cuando Marissa entraba en la habitación y se deslizaba a su lado con naturalidad, encajando su cuerpo contra el de él como si fueran piezas hechas a medida.—¿Estás muy cansado? —preguntó ella, acomodándose sobre su pecho.Lucas pensó en responder con la verdad. Estaba agotado, sí, pero no solo físicamente. El agotamiento emocional era mucho más profundo, una especie de cansancio que no se curaba con sueño ni con duchas calientes.Sin embargo, estar con Marissa era distinto. Ella tenía una forma de hacerlo sentir en paz, incluso cuando todo en su vida parecía un desastre. Por eso, sin pensarlo demasiado, la rodeó con los brazos y le contestó de otra manera.—Para nada. De hecho, quiero
La intuición de Marissa, tan certera como siempre, no dejaba margen para escapatorias. Pero Lucas no tuvo el valor de confirmárselo, no con palabras. Prefería que lo descubriera por ella misma, si es que ya no quedaba nada por salvar. —Tienes mi celular en la mano —señaló—. Revísalo.Marissa se quedó quieta por unos minutos, contemplándolo. Lucas se preparaba para enfrentar otra discusión más, pero la suerte estuvo de su lado una vez más.—No, no voy a hacerlo —declaró, y desvió la mirada—. Solo estaba bromeando contigo. No quiero seguir desconfiando de ti. Nunca voy a poder ser feliz si no aprendo a sentirme segura de mí misma, y no quiero vivir con miedo todo el tiempo —agregó, entregándole el aparato.Lucas bajó la vista al celular que tenía entre las manos. Un suspiro profundo escapó de su pecho, mezclado con el alivio y una punzada de culpa que se le clavó en la conciencia. No se lo merecía. Marissa no se merecía esa fe quebradiza, ese cariño ciego que seguía sosteniéndolo a pes
Después de almorzar en un restaurante cercano, decidieron pasar al cine. Se sentaron uno al lado del otro, las luces se apagaron y durante un par de horas compartieron silencios, miradas ocasionales y algunas risas breves en medio de la oscuridad. Cuando terminó la proyección, salieron tomados de la mano, intercambiando opiniones sobre la película entre risas ligeras mientras volvían al coche. No tenían prisa, así que Lucas condujo sin dirección fija hasta encontrar un estacionamiento tranquilo.Caminaron sin rumbo fijo, con las manos entrelazadas, conversando sobre asuntos sin importancia, riendo por tonterías y disfrutando simplemente de la compañía mutua. Sus pasos los guiaron hasta un parque escondido entre edificios, uno de esos lugares que parece sobrevivir al ritmo acelerado de la ciudad. El sendero por el que ingresaron estaba bordeado de árboles altos, cuyas copas desnudas dejaban caer las últimas hojas del otoño. El suelo, cubierto de ocres y dorados, crujía suavemente bajo