—Además —añadió Marissa con voz trémula—, todavía sigues enviándote mensajitos con ella. Encontré uno en donde te pedía que la llamaras. ¿Y sabes qué hice, Lucas? Fui al registro de llamadas. Busqué. Y efectivamente, lo hiciste. La llamaste.En un movimiento brusco, Marissa alzó el brazo y le arrojó el celular. El aparato impactó contra el pecho de Lucas, cayendo después a la cama haciendo un rebote. Él bajó la vista, incrédulo. Su celular había estado en manos de Marissa. ¿Desde cuándo? ¿Cómo?—¿Revisaste mi celular? —preguntó él, aún atónito, sin saber bien si sentía rabia, miedo o simplemente derrota.—¡Y menos mal que lo hice! —exclamó—. Menos mal, Lucas. Porque si no lo hacía, si no lo revisaba, jamás me habría enterado de que estás casado con ella. Jamás. ¡Porque tú no fuiste capaz de decírmelo!Lucas se levantó de la cama con la intención de aproximarse. —Marissa, escúchame —indicó él y dio unos pasos hacia ella con el propósito de tomarla de los hombros con delicadeza para po
Lucas se quedó callado por un momento, observando cómo Marissa sollozaba con el rostro cubierto por las manos. La rabia se le había transformado en un desahogo lleno de dolor. Estaba herida, rota, teniendo ese tipo de crisis que nacen de una traición profunda: ataques de moralidad, de orgullo, de dignidad. Y no era solo por el matrimonio, era por lo que ese mensaje y esa llamada significaban en su cabeza. Para ella, era como si él aún siguiera viendo a Marfil, como si estuviera jugando a dos bandas.—Marissa… sé que estás enojada —articuló Lucas—. Te entiendo. Tienes todo el derecho de estarlo. Pero solo te voy a decir una cosa. Desde que empecé contigo… desde ese momento, no la he vuelto a buscar. Te lo juro. Ella sí me ha buscado, pero yo la he rechazado todas las veces. Marissa alzó la cabeza, con los ojos rojos y húmedos. Lo contempló sin decir nada, con un dolor tan profundo que lo hizo tambalear por dentro.—Ella no quiere seguir casada conmigo, Marissa. Solo está jugando. Solo
Marissa dio un paso más hacia él mientras aún sujetaba el brazo de Lucas, y se detuvo a unos pocos centímetros, lo suficientemente cerca como para que él sintiera el calor de su respiración. Quería abrazarlo, lo deseaba con desesperación, con la necesidad de alguien que no sabe si está a punto de perder a quien más ama. Pero se contuvo. Había estado tan furiosa, tan consumida por el enojo, que por un momento había creído que no le importaba nada. Le había parecido que si Lucas quería irse con Marfil, que se fuera, que se largara de una vez por todas. Había sentido tanto rencor que pensó que le sería indiferente perderlo. Pero no era verdad.Ahora que su rabia se había disipado un poco, ahora que había descargado todo lo que llevaba acumulado, que había dicho todo lo que necesitaba decir, lo comprendía con claridad dolorosa: no quería que se fuera. No soportaba la idea de verlo marcharse. Solo imaginar a Lucas alejándose de ella para no volver, le oprimía el pecho, le robaba el aire.
—Por supuesto que no —respondió Lucas sin dudar, dando un paso adelante, como si sus palabras necesitaran el peso de su cuerpo para sostenerse—. ¿Cómo puedes pensar algo así? Yo no voy a volver con Marfil. Pase lo que pase entre nosotros, Marissa… entre Marfil y yo ya no hay ninguna oportunidad.Marissa lo miró con ojos cansados. No era desconfianza lo que se reflejaba en ellos, era agotamiento. Se llevó la mano a la frente y la frotó con suavidad, como si intentara aplacar la presión creciente que le palpitaba en las sienes.—Ya veo… —murmuró con un suspiro—. Entonces, por favor, solo… tenme paciencia. Déjame pensar mejor todo esto. No sé qué decisión tomar ahora, no sé qué es lo correcto. Mi corazón quiere seguir contigo. Yo quiero estar contigo, Lucas. No quiero tener que esperar más… —se detuvo, tragando saliva, sintiendo cómo esa confesión le dejaba el pecho al descubierto—. Pero hay una parte de mí, mi lado moral, que no me permite seguir adelante así como así. Necesito tiempo.
—¿A qué vino esa mujer? ¿Por qué está aquí? —cuestionó Marissa con un tono apenas disimulado de incomodidad. Lucas no contestó. Su mirada se mantuvo incrustada en Marfil, como si por un segundo el tiempo se hubiera ralentizado, arrastrándolo a una dimensión paralela donde solo existían esa figura en la entrada y el hormigueo persistente que recorría su espina dorsal.Había algo distinto en ella.En ese momento, Marfil no estaba vestida como solía hacerlo cuando iba a la universidad, ni cuando salía con Lucas. A decir verdad, siempre fue elegante, coqueta incluso, pero se mantenía dentro de los márgenes de lo casual. Esta vez, no. Esta vez había hecho una elección muy clara.Tenía puesto un vestido celeste otoñal —ya que la temporada había llegado—, el cual no ocultaba sino que delineaba cada curva de su cuerpo. La ropa se ajustaba perfectamente a su figura, acompañado por un cinturón negro que ceñía su cintura con tal precisión que su silueta se volvía casi irreal. Llevaba medias fin
Incluso Lucas quedó desconcertado por la crudeza de lo que Marfil acababa de decir. Su rostro se tensó, pero no podía perder el control. No ahora, y mucho menos permitir que Marissa lo hiciera.Ella giró de golpe, dando dos pasos más hacia Marfil, como si fuera a encararla de nuevo, tal vez incluso dispuesta a levantarle la mano. Sin embargo, Lucas lo vio venir y actuó con rapidez. Esta vez la sujetó con más fuerza, sin brusquedad, pero con una presión sólida que le dejó claro que no la iba a soltar.—Por favor, Marissa —le rogó—. No te dejes provocar. Ven conmigo…Ella respiró con dificultad, pero tras unos segundos de contención, cedió. Lucas la guió tras el mostrador, y juntos desaparecieron en dirección al área privada del local, dejando a Marfil sola… aunque no derrotada.Lucas condujo a Marissa hasta una habitación al fondo del local, una especie de depósito reconvertido en área privada. Las paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de cajas, utensilios de limpieza y ar
Lucas sintió que la cabeza le daba vueltas. Nunca había estado en una posición así. La presión lo desbordaba. No sabía si debía ceder y entregarle el teléfono solo para calmar las aguas, o si debía pararse firme y negarse, poner un límite. La idea de entregárselo no le asustaba por lo que pudiera encontrar —no tenía nada que ocultar—, sino por lo que ese gesto podría significar a futuro. ¿Era ese el inicio de algo más oscuro? ¿Era ese el punto de quiebre donde la confianza se volvía vigilancia, y la pareja se convertía en juez y acusado?Nunca había imaginado que Marissa llegaría tan lejos, al punto de exigirle acceso a su privacidad como si fuera una obligación moral. Se quedó en silencio, tratando de ordenar sus pensamientos, pero esa pausa solo avivó la tensión entre ambos.—¿Qué pasa? —insistió Marissa, con el ceño fruncido—. ¿No me lo vas a dar? ¿Estás escondiendo algo, Lucas? ¿Por eso dudas?—No, no estoy ocultando nada —expresó—. Pero tengo miedo de lo que venga después. No po
Lucas la observó con el corazón oprimido. Cada palabra que salía de la boca de Marissa lo atravesaba como una lanza. Estaba viendo en tiempo real cómo la ansiedad la devoraba, cómo esa angustia constante por perderlo la estaba consumiendo. Y sintió una culpa insoportable, porque él había sido quien abrió esa puerta, quien dejó entrar a Marfil otra vez en sus vidas, aunque no con intención. Le dolía verla así: rota, vulnerable, siendo apenas una sombra de la mujer decidida que conoció. Esa que siempre tuvo las ideas claras, que sabía cómo cuidarse y cómo poner límites. Ahora estaba perdida, derrumbada.Y sin pensarlo más, Lucas la abrazó. La envolvió con sus brazos como si quisiera protegerla del mundo, de sus propios pensamientos, de ese monstruo invisible que era la incertidumbre. Marissa se aferró a él, como una náufraga al último pedazo de madera en un mar revuelto. Se dejó caer contra su pecho, sin resistencia, permitiendo que él la contuviera mientras el llanto le sacudía el cuer