Marfil intentó disimular su sorpresa tras escuchar las palabras que Richard había pronunciado con tanta naturalidad. Que la llamara su novia era una afirmación que no dejaba de ser precipitada. Entre ellos no existía aún ese lazo formal, pero ella, consciente de la gravedad del momento y del carácter de Mariela, no quiso contradecirlo. Sabía que desmentirlo frente a su madre sería como arrojar a Richard a los lobos. Así que tragó su incomodidad, forzó una serenidad que no sentía y simplemente guardó silencio, aceptando la definición que él había impuesto, más por necesidad que por certeza.Mariela entrecerró los ojos, desconfiada, como un ave de presa que estudia cada movimiento de su víctima antes de lanzarse. Ladeó apenas la cabeza, como quien necesita tiempo para procesar lo que ha oído, y luego preguntó con una aspereza apenas velada.—¿Cómo dices? ¿Tu novia?—Así es, mamá —respondió Richard con firmeza, sosteniendo la mirada de su madre, sin permitir que su voz titubeara ni un in
Marfil se quedó atónita al otro lado de la puerta, con la espalda apoyada contra la fría pared, incapaz de comprender del todo lo que acababa de suceder. La dureza de aquel recibimiento la había dejado aturdida, como si una parte de ella aún estuviera dentro de la habitación, congelada bajo la mirada inquisidora de Mariela.Jamás había planeado conocer a los padres de Richard en esas circunstancias. En realidad, ni siquiera había imaginado que ocurriría tan pronto. Y mucho menos que Richard anunciaría ante su madre que ella era su novia, como si no existiera en el mundo ninguna razón para ocultarlo, como si para él fuera tan sencillo y natural como respirar. Porque Richard, en su nobleza, nunca se había detenido a medir de dónde provenía Marfil, nunca le había importado si ella no llevaba un apellido ilustre ni si su linaje no brillaba entre los grandes nombres de la sociedad.Pero Mariela era distinta. Mariela era una mujer forjada en la importancia de las apariencias, en el peso de
Mariela se puso de pie de sopetón, con su rostro enrojecido por la indignación y sus ojos relampagueando de ira, como si las palabras de Richard hubieran sido una bofetada directa a su orgullo.—¡De ninguna manera! —exclamó, casi gritando—. ¡Qué estupidez es esa, Richard! ¡Yo no lo voy a permitir jamás! ¡Seremos la burla de todo el mundo! ¡La burla! ¿Entiendes lo que eso significa? ¡Si decides casarte con una mujer que no vale absolutamente nada, estaremos en boca de todos!—Mamá, no hables así de Marfil. Y ya te dijeron que no debes alzar la voz aquí —declaró Richard—. Tú no conoces a Marfil para nada, ella es una excelente mujer y me lo ha demostrado.—¿Ah, sí? —dijo, enarcando una ceja—. ¿Y cómo exactamente te lo ha demostrado? ¿Desde cuándo la conoces? ¿Desde cuándo me has estado ocultando todo esto, Richard? Richard respiró hondo, sabiendo que cada palabra que dijera solo iba a echar más leña al fuego, pero aún así decidido a no retroceder ni un paso.—Yo ya soy un hombre adulto
Richard negó despacio con la cabeza, como si cada palabra de su madre fuera una piedra que debía apartar del camino.—Mamá, a Marfil no le interesan esas cosas —respondió con una calma que parecía nacer de lo más profundo de su convicción—. Marfil me quiere a mí. Y aún si yo no tuviera el dinero que ustedes me dieron, aún si todo se desvaneciera y yo quedara sin nada, ella seguiría a mi lado. No está conmigo por lo que poseo, está conmigo por lo que soy.—¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso? —preguntó con los ojos entrecerrados, como si buscara penetrar en la mente de su hijo—. ¿Cómo sabes que no está jugando el papel perfecto, el papel de la inocente, del alma pura que no codicia nada? ¿Cómo sabes que en el fondo no es como todas las demás, sabiendo perfectamente que eres el heredero universal de todo lo que poseemos tu padre y yo? Richard, no seas ingenuo. Esa chica no puede ser tan inocente. Ella sabe exactamente lo que haces, lo que representas, y lo que puedes ofrecerle. Te ha
Pero Mariela no retrocedió. En su mente, envenenada por el miedo y el orgullo, ya había trazado su propia conclusión.—Pues si no has estado con ella, entiendo perfectamente por qué estás así —soltó, cruel—. La deseas, pero todavía no la has tenido. Y es por eso que estás tan cegado. Pero escúchame bien, Richard: una vez que la tengas, una vez que descargues esa ansiedad que llevas encima, ese capricho tuyo se te va a pasar, ya lo verás. Así que haz lo que tengas que hacer con ella. Diviértete, entretente, haz lo que quieras... pero no vuelvas a decirme que piensas hacerla tu esposa. Eso sí que no te lo voy a permitir.Las palabras cayeron como sentencias, irrevocables. Y aún no satisfecha, aún arrastrada por su necesidad de controlar el destino de su hijo, Mariela continuó, dejando salir toda la frustración que la devoraba.—Sigo sin poder creer que te hayas negado a la posibilidad de estar con Vanya Fankhauser. ¿Tienes idea de lo que ese apellido significaría para nosotros? No sólo
Mariela suspiró, llevándose una mano a la cabeza mientras un dolor punzante empezaba a martillarle las sienes. La migraña se hacía cada vez más insoportable, como si la discusión reciente hubiera desgarrado los últimos hilos de paciencia que aún le quedaban.—¿Sabes qué? Olvidemos esto. Hice mal en hablar contigo de esta forma y en el estado en el que estás. Lo que importa ahora es que tú te recuperes. No estoy de acuerdo con que no presentes cargos contra la persona que te hizo esto. Pero lo voy a respetar, porque quiero demostrarte que te considero un adulto funcional y razonable. Tendrás tus razones para no hacerlo, así que lo voy a respetar. Sin embargo, con respecto a esa chica, ya lo hablaremos más adelante. Pero prueba lo que te he dicho. Diviértete con ella tanto como quieras. Vas a ver que en un momento dado se te va a pasar esa ilusión que tienes, y tú mismo la vas a dejar sin que yo tenga que influir en tu decisión. Pero hasta el momento no quiero escuchar nada de boda, ¿me
Mariela entrecerró los párpados, como si tuviera ante sí a una criatura que no comprendía su lugar en el mundo. La rabia no le nublaba el juicio, al contrario, la volvía más punzante. Su voz emergió con una dignidad herida, áspera, envuelta en una serenidad venenosa que solo las mujeres de su clase podían desplegar sin perder una sola gota de elegancia.—Qué insolente eres —afirmó—. Soy la madre de Richard, y aún así eres capaz de pasar por encima de mí, de su familia, de todo lo que representa su apellido, con tal de lograr tu cometido, ¿no es así?Marfil parpadeó, sorprendida por la acusación tan directa. Pero no dio un paso atrás. No encogió la mirada, ni buscó la piedad de su interlocutora.—No entiendo a qué se refiere, señora. ¿Cuál dice usted que es mi cometido? —cuestionó, sin levantar la voz y cuidando de no transmitir demasiada hostilidad—. Como ya le dije, yo tengo sentimientos por su hijo. Sinceros. Reales. Y deseo estar a su lado mientras él quiera tenerme ahí. Pero si un
Marfil se irguió, no para desafiar, sino para dejar claro que no se arrodillaría ante nadie.—Royal eligió. Eligió a mi hermana, sabiendo exactamente quién era. Y al hacerlo, también se dio cuenta de que vale más que muchas mujeres que usted considera "a la altura" solo por llevar un apellido o nacer en una cuna dorada. La señora Regina, con el tiempo, también lo entendió. Porque cuando se ama de verdad, uno aprende a ver lo esencial. Y si usted realmente quisiera que su hijo fuera feliz, lo apoyaría para que estuviera con la mujer que ama.Mariela la miró como si cada palabra le hubiera rozado la piel sin herirla, como si nada pudiera penetrar esa capa gruesa de orgullo que la envolvía desde siempre. Esperó pacientemente a que terminara, sin interrumpirla, pero con cada segundo, sus ojos se llenaban de aversión.—Es precisamente por la felicidad de mi hijo que no quiero que alguien como tú se le acerque —aseveró—. Eres una atrevida. Solo con escucharte hablar puedo darme cuenta de la