Pero su madre, la señora de nombre Mariela Morgan, no aceptó aquella respuesta tan fácilmente.—¿Cómo puedes decir que no fue nada grave? —rezongó—. Mira nada más cómo te dejaron. La pregunta cayó como una piedra en el silencio. Marfil contuvo el aliento, ella sabía la verdad y Richard también. Y ambos sabían lo que esa verdad implicaba. Porque si Richard decía el nombre de Lucas, si revelaba que había sido su mejor amigo quien lo había dejado en ese estado lamentable, no habría vuelta atrás. Su madre, su padre, moverían cielo y tierra para destruirlo. La familia de Richard no perdonaba. No toleraban agravios. Y Lucas, que provenía de un entorno más modesto, no tenía forma de protegerse de la avalancha que vendría sobre él.El padre de Lucas perdería su trabajo, aunque nada de esto hubiese sido su culpa. El propio Lucas sería expulsado de la universidad sin compasión, manchando su nombre, arruinando su futuro. Y todo porque una familia poderosa, herida en su orgullo, no tendría pieda
—¡Esto es inaudito! —soltó Mariela—. Mi hijo no es quien debería estar en la cama de un hospital. Ese hombre tiene que pagar por lo que te hizo. ¡Tiene que recibir lo que merece!—Mamá, por favor, olvida este asunto, ¿quieres? —gimoteó Richard.El rostro de Mariela se tornó sumamente enrojecido por la ira que hervía dentro de ella, una rabia tan profunda que la hacía temblar de la cabeza a los pies. —¡¿Por qué le estás restando importancia?! —cuestionó—. ¡Cada acción tiene sus consecuencias! Entiendo que seas piadoso y que no guardas rencor, pero las malas personas merecen ser castigadas. La agresión es injustificada y tú no has hecho nada para merecer esto. Ese sujeto podría ser un psicópata, y si no lo metemos en la cárcel, podría volver a acercarse a ti. Es probable que no tengas tanta suerte la próxima vez. Podría terminar asesinándote.Richard suspiró. Sabía que no había manera de tranquilizarla cuando se ponía tan alterada, pero su madre seguía lanzando palabras con la furia de
Marfil intentó disimular su sorpresa tras escuchar las palabras que Richard había pronunciado con tanta naturalidad. Que la llamara su novia era una afirmación que no dejaba de ser precipitada. Entre ellos no existía aún ese lazo formal, pero ella, consciente de la gravedad del momento y del carácter de Mariela, no quiso contradecirlo. Sabía que desmentirlo frente a su madre sería como arrojar a Richard a los lobos. Así que tragó su incomodidad, forzó una serenidad que no sentía y simplemente guardó silencio, aceptando la definición que él había impuesto, más por necesidad que por certeza.Mariela entrecerró los ojos, desconfiada, como un ave de presa que estudia cada movimiento de su víctima antes de lanzarse. Ladeó apenas la cabeza, como quien necesita tiempo para procesar lo que ha oído, y luego preguntó con una aspereza apenas velada.—¿Cómo dices? ¿Tu novia?—Así es, mamá —respondió Richard con firmeza, sosteniendo la mirada de su madre, sin permitir que su voz titubeara ni un in
Marfil se quedó atónita al otro lado de la puerta, con la espalda apoyada contra la fría pared, incapaz de comprender del todo lo que acababa de suceder. La dureza de aquel recibimiento la había dejado aturdida, como si una parte de ella aún estuviera dentro de la habitación, congelada bajo la mirada inquisidora de Mariela.Jamás había planeado conocer a los padres de Richard en esas circunstancias. En realidad, ni siquiera había imaginado que ocurriría tan pronto. Y mucho menos que Richard anunciaría ante su madre que ella era su novia, como si no existiera en el mundo ninguna razón para ocultarlo, como si para él fuera tan sencillo y natural como respirar. Porque Richard, en su nobleza, nunca se había detenido a medir de dónde provenía Marfil, nunca le había importado si ella no llevaba un apellido ilustre ni si su linaje no brillaba entre los grandes nombres de la sociedad.Pero Mariela era distinta. Mariela era una mujer forjada en la importancia de las apariencias, en el peso de
Mariela se puso de pie de sopetón, con su rostro enrojecido por la indignación y sus ojos relampagueando de ira, como si las palabras de Richard hubieran sido una bofetada directa a su orgullo.—¡De ninguna manera! —exclamó, casi gritando—. ¡Qué estupidez es esa, Richard! ¡Yo no lo voy a permitir jamás! ¡Seremos la burla de todo el mundo! ¡La burla! ¿Entiendes lo que eso significa? ¡Si decides casarte con una mujer que no vale absolutamente nada, estaremos en boca de todos!—Mamá, no hables así de Marfil. Y ya te dijeron que no debes alzar la voz aquí —declaró Richard—. Tú no conoces a Marfil para nada, ella es una excelente mujer y me lo ha demostrado.—¿Ah, sí? —dijo, enarcando una ceja—. ¿Y cómo exactamente te lo ha demostrado? ¿Desde cuándo la conoces? ¿Desde cuándo me has estado ocultando todo esto, Richard? Richard respiró hondo, sabiendo que cada palabra que dijera solo iba a echar más leña al fuego, pero aún así decidido a no retroceder ni un paso.—Yo ya soy un hombre adulto
Richard negó despacio con la cabeza, como si cada palabra de su madre fuera una piedra que debía apartar del camino.—Mamá, a Marfil no le interesan esas cosas —respondió con una calma que parecía nacer de lo más profundo de su convicción—. Marfil me quiere a mí. Y aún si yo no tuviera el dinero que ustedes me dieron, aún si todo se desvaneciera y yo quedara sin nada, ella seguiría a mi lado. No está conmigo por lo que poseo, está conmigo por lo que soy.—¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso? —preguntó con los ojos entrecerrados, como si buscara penetrar en la mente de su hijo—. ¿Cómo sabes que no está jugando el papel perfecto, el papel de la inocente, del alma pura que no codicia nada? ¿Cómo sabes que en el fondo no es como todas las demás, sabiendo perfectamente que eres el heredero universal de todo lo que poseemos tu padre y yo? Richard, no seas ingenuo. Esa chica no puede ser tan inocente. Ella sabe exactamente lo que haces, lo que representas, y lo que puedes ofrecerle. Te ha
Pero Mariela no retrocedió. En su mente, envenenada por el miedo y el orgullo, ya había trazado su propia conclusión.—Pues si no has estado con ella, entiendo perfectamente por qué estás así —soltó, cruel—. La deseas, pero todavía no la has tenido. Y es por eso que estás tan cegado. Pero escúchame bien, Richard: una vez que la tengas, una vez que descargues esa ansiedad que llevas encima, ese capricho tuyo se te va a pasar, ya lo verás. Así que haz lo que tengas que hacer con ella. Diviértete, entretente, haz lo que quieras... pero no vuelvas a decirme que piensas hacerla tu esposa. Eso sí que no te lo voy a permitir.Las palabras cayeron como sentencias, irrevocables. Y aún no satisfecha, aún arrastrada por su necesidad de controlar el destino de su hijo, Mariela continuó, dejando salir toda la frustración que la devoraba.—Sigo sin poder creer que te hayas negado a la posibilidad de estar con Vanya Fankhauser. ¿Tienes idea de lo que ese apellido significaría para nosotros? No sólo
Mariela suspiró, llevándose una mano a la cabeza mientras un dolor punzante empezaba a martillarle las sienes. La migraña se hacía cada vez más insoportable, como si la discusión reciente hubiera desgarrado los últimos hilos de paciencia que aún le quedaban.—¿Sabes qué? Olvidemos esto. Hice mal en hablar contigo de esta forma y en el estado en el que estás. Lo que importa ahora es que tú te recuperes. No estoy de acuerdo con que no presentes cargos contra la persona que te hizo esto. Pero lo voy a respetar, porque quiero demostrarte que te considero un adulto funcional y razonable. Tendrás tus razones para no hacerlo, así que lo voy a respetar. Sin embargo, con respecto a esa chica, ya lo hablaremos más adelante. Pero prueba lo que te he dicho. Diviértete con ella tanto como quieras. Vas a ver que en un momento dado se te va a pasar esa ilusión que tienes, y tú mismo la vas a dejar sin que yo tenga que influir en tu decisión. Pero hasta el momento no quiero escuchar nada de boda, ¿me