Narrador omnipresente
Curthwulf quería mantenerse firme. Todo hombre lobo que se conectara con su hembra, sabía que solo podía intimar de esa manera, cuando la hembra le correspondiera en sus sentimientos.
Sin embargo, no podía ser inmune a la suplicas de la mujer que se había conectado a su cuerpo y alma. Era como si quisiera llevarle la contraria a la gravedad, era imposible y por eso, era que sus ojos cambiaban a un rojo brillante. Porque solo pensando en transformarse como lobo, podía distraerse lo suficiente de lo que su imaginación podía jugarle en su contra.
— Por favor — suplica Charlotte empeñada en evitar una guerra sangrienta e innecesaria.
— No me hagas esto. Quiero darte todo lo que desees, pero no así.
— Hazme tuya, señor Holftmann y olvidemos esta guerra absurda, porque aunque no esté de acuerdo, no valgo tanto sacrificio.
— Charlotte, no seas así de cruel conmigo. Yo soy hombre y eso me hace débil.
— Entonces, no lo pienses más y terminemos lo que usted comenzó — dice