Ni puedo cerrar los ojos ante el beso que me está dando Damián. Este tampoco es que dure mucho, el abogado se mete entre nosotros para separarnos. Recibimos muchas miradas desaprobatorias y otras de burla de los policías que vienen y van.
—No es un momento adecuado para esto Dan — dice el abogado.
—Sí, sí, sí. Me debo comportar mejor — responde él en una burla animada.
Después hace otra cosa que me desconcierta, enlaza su mano con la mía. Al ver esta extraña conexión frunzo mi ceño y subo el rostro para verlo, él más me sonríe.
—Vamos al auto, se está haciendo tarde — pide el hombre empujando con su mano en la espalda a Damián.
Él no se impacienta, ni molesta por el contacto. Avanza arrastrándome a mí mientras estamos tomados de la mano. Cuando nos acercamos al auto del abogado, Damián se apresura a abrirme la puerta del asiento trasero. Me monto en éste en un estado absoluto de desconcierto, que se prolonga al Damián sentarse a mi lado, no en el puesto de copiloto como suponía haría.