El bosque se convirtió en el aula de aprendizaje de Sarah, y Lyam en su maestro silencioso. A pesar de la profunda tristeza que aún cargaba por la pérdida de sus padres, la vida en el campamento de los Luna Plateada ofrecía una distracción constante que le impedía hundirse por completo en la nostalgia y la melancolía.
Lyam, obedeciendo las órdenes de su padre y, más importante aún, impulsado por una urgencia que latía en su propio pecho, asumió la tarea de introducir a Sarah en el mundo de los licántropos, le enseñaría todo cuánto fuera necesario, al menos esa era la gran idea para que estuviera preparada por si en algún momento, Golnet, el malvado hermano del Rey Demetry, buscara la manera de secuestrar a la pequeña diosa luna predestinada.
Sus lecciones comenzaban al amanecer. Mientras la manada se despertaba bajo el manto brumoso del bosque, Lyam y Sarah se aventuraban en las profundidades a enseñar y aprender, a su vez.
Él no le enseñaba a cazar o a luchar, sino a comprender. Le e