La suerte está echada

El viejo Alfa estaba convencido de que su hermano, el Rey Golnet, devolvería a la pequeña Luna, para que la profecía se cumpliera a tiempo, tal y como estaba previsto, pero esos, no eran precisamente los planes de aquel malvado Alfa.

Mientras estos regresaban cada uno a sus respectivas manadas y reinos, la pequeña Luna se encontraba cautiva en una cueva oscura y llena de bichos. Se sentía sola y desprotegida, pero sabía que aún así, alguien la estaría buscando. Cada vez que sentía que no podía más, recordaba aquellos mensajes recibidos a través de las pesadilas que de niña tenía y que ahora, como un futuro incierto, le aguardaban.

—Si alguien pudiera venir por mí. ¡Ian! ¿Dónde estás? ¿Por qué no has venido a buscarme? ¡Prometiste que siempre me cuidarías! ¡Auxilio! ¡Ian! ¡Lyam! ¡Señora Dorys! Alguien venga a rescatarme por favor —pensaba la jovencita y a su vez, hablaba en voz alta —¡Sáquenme de aquí! ¡Por favor!

La pequeña Sarah, cautiva en algún lugar del Bosque Oscuro, pedía a gri
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