Y porque era la vida que eligió, sabía a lo que se atenía. S
u maestro una vez le dijo que el hombre podía fabricar mil armas, pero ninguna jamás sería tan efectiva como la inteligencia porque, de hecho, era esa misma inteligencia la artífice de tales artefactos.
La inteligencia del hombre era capaz de destruir y construir a partes iguales. Un hombre inteligente sabía hasta dónde llevar las cosas por la paz, y también cuándo asestar un golpe mortal.
Era de sabios dar oportunidades. Era de tontos dejarse doblegar.
Temprano esa tarde condujo su auto con calma hasta los bordes de la ciudad y, tras entrar al Centro y ser escoltado por el personal, terminó en uno de los sótanos, donde un hombre reposaba acurrucado en una esquina. El lugar olía a heces, orín y otros fluidos, pero resaltaba la figura delgada del hombre, otrora bien tornado, que había perdido bastante músculo en unos pocos días.
—¿Así que aún no quieres hablar? —preguntó desde la entrada, no queriendo ir mucho más lejos.
El s