Sus labios eran como agua de Mayo. Suaves, tersos, cálidos, revitalizantes, y no quería separarse de ellos.
Sin embargo, tenía y, aunque a regañadientes, Andrew se separó de ella y la miró a los ojos, esos que tanto amaba, y sonrió.
—¿Quieres dormir conmigo? Solo estoy golpeada, no creo que sea un problema si nos acostamos juntos.
La propuesta de Hannah no cayó en saco roto, y Andrew no dudó en quitarse los zapatos, apagar las luces y recostarse a su lado tras cerrar las persianas, y ella se abrazó a su pecho, deleitándose con el repiqueteo de su corazón.
—Andy… eres como un soldado. Creo que si lo veo así puedo entenderlo mejor —murmuró quedo.
Él empezó a jugar con sus cabellos y suspiró.
—Es lo que soy, a fin de cuentas, solo que, en lugar de estar afiliado al ejército alemán, lo estoy a una organización privada que es utilizada por muchos gobiernos del mundo.
—¿Has viajado mucho gracias a eso?
—Bastante, he ido a lugares en guerra y visto muchos desastres, pero también estuve en lu