La joven se sostuvo la cabeza con ambas manos mientras lloró desesperanzada.
Daniel tragó con dificultad y sus ojos se tornaron en un hipnótico y nítido azul rey, evidenciando las pequeñas venas rojas en ellos. Colocó ambas manos en jarras y mirando al techo exhaló todo el aire contenido y las lágrimas apresadas comenzaron a correr, dejó caer su rostro en derrota y apretó el tabique de su nariz, como si de ese modo pudiera contener el llanto y ahogarlo dentro de su pecho.
—¿Dónde la tienen? —se atrevió a preguntar al fin.
—Los médicos están atendiéndola. No me han dejado verla —Marian respondió sollozante.
—¿Qué han dicho? —Caminó impaciente hasta la puerta de madera, que la muchacha había señalado e intentó mirar, mas le fue imposible—. ¿Hace cuánto la tienen allí? M*****a sea. ¿Por qué demonios no dicen nada? ¿Por qué nadie sale?
—¡Calma! En estos casos toca esperar. —Eduardo se acercó y colocó la mano en su hombro para alejarlo de la puerta.
Él se volteó atravesándolo con la m