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Una esposa rebelde

Una esposa rebeldeES

Romántica
Emma Richardson  Recién actualizado
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116Capítulos
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Resumen
Índice

Sinopsis

MatrimonioBellezaRebeldeRomanceMultimillonarioDramaMatrimonio por contrato

Cuando Katherine Deveraux accede por rebeldía a casarse con Daniel Gossec, un mujeriego que va por la vida dejando corazones rotos, cree que ha matado toda posibilidad de conocer el amor que, por derecho universal, todos poseen. Al casarse deberá ir a vivir a una hacienda que Daniel heredará de su abuelo materno, una de las condiciones para que la herencia fuera suya en su totalidad, era casarse y vivir por un año allí, de lo contrario, esta pasaría a su nefasto y traicionero primo. La convivencia los hará lidiar con sus caracteres, miedos, conflictos personales y enemigos que formarán alianzas peligrosas. Cualquier paso en falso podría ser un «error de cálculo» que conlleve a perder más que un bien material.

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Una esposa rebelde Novelas Online Descarga gratuita de PDF

Último capítulo

  • Porque te amo

    Cuando la escuchó vomitar en el baño, se asustó y este incrementó cuando ella se negó a responderle, aun así, dejó de oír la llave de la ducha. Estaba consciente, eso lo tranquilizó. Sin embargo, cuando abrió la puerta y vio su aspecto pálido, más fantasmagórico. Lo supo. Había agotado todas las reservas de energía en su cuerpo y la falta de alimentos le pasaba factura a su cuerpo.Se detuvo frente a ella cuando la miró apoyarse en la pared y dar pasos inseguros y tambaleantes. Sabía que con lo terca que era, no dejaría que él la tomara de la mano, siquiera. Sintió temor de que se hubiera descompensado hasta el límite de enfermar.Entonces la miró desorientada y sus rodillas se doblaron. Logró asirla antes de que cayera bocabajo en el suelo. Al levantarla pudo constatar que había disminuido en peso, lo suficiente como para casi no pesar nada.La depositó con cuidado sobre el mullido colchón y acarició su rostro con angustia, tomó su pulso y estaba un poco acelerado, al igual que su co

  • Aquí contigo

    Katherine dormía profundo al fin. ¿Tal vez por una semana? La verdad es que ni él mismo sabía cuánto tiempo hacía desde que ella se fuera de su lado, para él parecieron meses. Cada día quizás una eternidad y cada minuto una vida en el infierno. La observó dormida por un rato, estuvo sentado en el suelo a un lado de ella, no quería despegarse de allí, había tenido que vivir sin su presencia por mucho tiempo, y todavía preservaba el miedo de que ella a la mínima oportunidad huyera de nuevo.Es por ello, que hacía media hora cuando se despertó, tras haber tenido otra de las ya incesantes pesadillas de ella alejándose entre la espesa bruma, corrió como bestia salvaje, escaleras arriba, culpándose por haberse quedado dormido. Si era sincero, el sueño le hacía falta. Tomó suave su mano, reteniéndola cerca de él, observando vigilante el rostro de su ángel. Alejó una hebra de cabello que se posó sobre sus ojos y no pudo evitar besarla en la frente; dulce, suave y rápido. Katherine se removió

  • Todo antes de ti

    Daniel la miró inquebrantable. No sabía si respirar o no, si gritar o agarrarla y levantarla de ese sofá que los separaba como si estuvieran en continentes diferentes y abrazarla como su mente lo pedía. Tanta lejanía le oprimía el corazón. Sin embargo, respondería a todas sus interrogantes. —La noche del beso… —Daniel hizo una pausa—, ella llamó a la hacienda para decirme que iría para allá, yo no la quería cerca de mí, no estaba seguro de lo que sentías por mí y me encontraba confundido con la rabia que sentía por ella, había jurado que Ivette sería solo mi pasado, pero no fue así. Al día siguiente, marcharme fue lo más duro que hice, porque algo más fuerte que mí mismo, me decía que debía quedarme. Estuve a punto de volverme loco, yo… no sabía cómo mirarte luego de la forma en la que te traté después, así que me fui. —Cerró los ojos y echó la cabeza para atrás, siempre se había arrepentido de esa decisión—. Ella llegó a casa de mi padre ese día, no sabía que estaba casado, ni mi pad

  • ¿Cómo te hago entender?

    Daniel se armó de paciencia, mientras más ella insistiera en alejarlo, más se quedaría. Katherine debía dejar de escapar, porque él no estaba dispuesto a permitirlo. —Muy bien, tampoco quiero imponer mi presencia —respondió para darle el gusto. —Dijiste que querías que habláramos —le recordó sin mirarlo siquiera. Eso le desgarró el alma, nunca fue tan fría con él, ni siquiera luego de las discusiones que tenían antes o de que la ignorase para evitar caer en su hechizo. —Y lo haremos…, mientras tomamos algo —añadió, viendo su cuerpo iluminado por la luz del fuego en la chimenea. Katherine lo escuchaba mover objetos en la cocina, se resistió a seguirlo con la mirada. Verlo solo le provocaba ganas de correr hacia él y abrazarlo. Necesitaba tanto de su abrazo que se sentía cada vez más miserable. Tenía que ser fuerte, él podía arrastrar cual ola dantesca y sumergirla en la profundidad del mar. Después de unos minutos, ambos tomaron asiento frente al otro en un sofá y bebieron el pri

  • Sentimientos a flor de piel

    Cuando Daniel supo en qué lugar podía encontrarse Katherine, no lo pensó demasiado, no supo en cuánto tiempo llegó hasta donde existía una esperanza, su corazón latió a ritmo galopante. No debía esperar más, no podía darle la oportunidad de desaparecer. Así que sin hacer maletas se fue a su encuentro.Al instante de su llegada, lo supo, incluso su corazón lo reconoció, ella se encontraba en ese lugar. Sintió que por fin acabaría aquella tortura, verla era lo que estuvo deseando desde la noche en que ella se fue. No obstante, la esperanza se vio amenazada por el miedo, cuando le informaron que hacía dos días que ella no se encontraba allí. ¿Entonces, su corazón le jugaba una mala pasada? ¿Había llegado?«No, no, sé que volverás, Ángel».Se sentó a esperar en uno de los puestos de comidas, no podía irse sin haber hecho lo necesario, después de todo no cargó con ninguna maleta. A ese extremo no podía darse por vencido. No sabía qué le diría cuando la viera, cómo la haría entender, lo úni

  • Cuando amar duele

    —¡Buenos días! —saludó a Anna Collins, quien lo recibió en la sala de casa de Guillermo Deveraux—. ¿Está Guillermo?Anna se sorprendió al ver a Daniel en la casa, su aspecto, aunque más prolijo, se notaba deteriorado, cansado. No existía dudas de que también sufría y, si él estaba así, no quería ni imaginarse a su querida niña.—¡¿Daniel?! —Guillermo salió del área del comedor, extrañado por la visita de su nuero, tan temprano—. ¿Y Katherine?—Necesito hablar con usted —solicitó con su rostro yermo. Guillermo supo que algo andaba mal, aun así, sería justo y lo escucharía.—Vamos a mi despacho —ambos hombres se fueron y Anna Collins rezó porque no fueran malas noticias, porque no había podido hablar con Katherine en los dos últimos días.—Katherine, Katherine. ¿Qué estás planeando? —Anna murmuró angustiada con sus dedos en cruces.—Lamento llegar sin avisar.—Ya déjalo así —Guillermo sacudió su mano sentándose en la silla—. ¿Qué ha pasado con mi hija? —Daniel se removió incómodo y Guil

  • Por amor se lucha

    Cuando subió al coche, marcó el número de Katherine, como de costumbre le enviaba a buzón, había decidido desaparecer. Apretó el volante con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, se encontraba desesperado y, ahora, dolido por su ausencia. Sus días eran grises y los recuerdos de los momentos felices que vivieron juntos ardían y dolían en todas partes. La necesitaba, vivía en el infierno y no encontraba cómo salir de allí sin ella.Cada noche despertaba con las peores pesadillas, algunas veces podía verla, y la dicha que sentía lo invadía. Ella sonreía en algunos encuentros y desaparecía en la espesa niebla. Otras veces, estaban tan cerca que hasta podía tocarla, mas, de la nada volvía a esfumarse; despertaba llamándola, sudando y sin poder respirar. Era como si hasta en sueños se negara a estar con él. El tiempo era doloroso, su ausencia, su aroma en la habitación, imaginársela sentada en el comedor, en su habitación tocando la guitarra, sus risas escandalosas cuando él le hacía un chis

  • No darse por vencido

    Si Katherine estaba devastada. No era que Daniel estuviese mejor, esa noche al ver a su esposa salir del baño en casa de su padre, había perdido todo el valor para silenciar a Ivette, ella no importaba. Él sabía que después de lo que su esposa escuchó, no tenía mucho para defenderse. Odió todavía más a Ivette y se sintió cobarde. Se odiaba a sí mismo por no haber hecho nada. No todo lo que dijo aquella loca mujer era verdad. No obstante, el dolor en los ojos grises de Katherine, le helaron la sangre y le cortó la respiración. No sabía cómo, pero necesitaba que ella lo escuchara, lo perdonara por no haber puesto un alto a aquellas palabras de Ivette, que ahora sentenciaban el amor de ambos. No creyó ser capaz, de amar a alguien luego del daño ocasionado por Ivette, mas, Katherine se fue colando bajo su piel, calando hasta los huesos, se metió tan dentro que no había lugar de él que no le perteneciera. Esa primera noche en la que llegó y ella se había marchado en medio de aquella emerg

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Una decisión rebelde
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Era febrero y ya el calor comenzaba a hacerse notar en la ciudad, aun así, nada tenía que ver el mes con el clima o lo que se iba a suscitar en ese momento con el mes. Las cosas muchas veces o en su mayoría suceden como no te las esperas, esa parecía ser una de las tantas leyes del universo que ese día se cumpliría. —No. No estoy segura, y tampoco pienso dar marcha atrás —Katherine dijo negada a reconocer que tomó una decisión por rebeldía. Ana Collins guardó silencio con la mirada puesta en la única persona que quería, como si fuera su hija. Recordó que la mujer que ayudaba a vestir y arreglar para su matrimonio, había llegado a esa enorme casa con apenas dos meses de nacida, aquellos grandes ojos grises cual plata sólida y espesas pestañas, piel pálida y mejillas sonrosadas. En aquel entonces, supo que de ella dependía en parte, la felicidad de esa pequeña niña con cabellos de camomila, cuyo destino estuvo regido por la apatía alguien que resultaba ser carne de su carne y sangre d
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Después de los dieciséis años, la joven se ganó el apodo de: la rebelde e irreverente, Katherine Deveraux. Todos compadecían al padre por tan atolondrada hija, que lo tenía siempre con el alma en un hilo. Dos veces se escapó de casa, por desgracia para ella y por fortuna para Anna Collins, su padre logró dar con su paradero en ambas ocasiones. La última vez terminó localizándola, trabajando en una zapatería en otra ciudad a cinco horas de donde vivían. Guillermo amenazó con demandar al empleador por violar la ley y darle trabajo a un menor de edad sin permiso de su padre. Aquello la hizo avergonzarse a morir, a Dios gracias, no volvería a ver a su jefe ni compañeros. Esa vez hasta sus amigos salieron crucificados, su padre les prohibió de forma tajante volver a verse, sobre todo porque ellos siempre acababan avalando cada travesura de su hija. A pesar de eso, ella siempre le veía lo bueno a todo, aunque no tuviera pies ni cabeza, eso era con exactit
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Renunciando a todo
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Debió estar loca, nunca ha debido escucharlo. Si él no le hubiera propuesto aquello, ella no lo habría considerado jamás, de haber mejorado las cosas, seguro se estuviera casando por amor, no por rebeldía. Respiró profundo y giró con nerviosismo el ramo sobre sus manos. —¡Que comience la función! —Titubeó antes de llegar a la puerta y con voz trémula dijo—: Anna, regálame un abrazo. Ambas mujeres se envolvieron en un cálido y esperanzador abrazo. No tranquilizaría su alma atribulada, su padre una vez más le quitaba el placer de conocer el amor, al ser condescendiente en su más reciente dislate con disfraz de decisión. De todo eso le quedaba una certeza, que su padre no sería su salvador. En su interior, se confesaba una enamorada empedernida de la idea de amar a alguien y ser correspondida con igual intensidad. Una cursi que creía en poemas y cartas de amor, que leía novelas románticas con finales felices. Quizá porque buscaba con determinaci
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El brindis
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Daniel se acercó a ella una vez que el jefe civil los declaró de manera oficial, unidos en matrimonio. Ella se irguió en su metro sesenta y siete, mirándolo directo a sus ojos azules, él le concedió una sonrisa y frunció un poco el ceño al observar la sólida plata de sus orbes, escrutándolo. Su respiración se detuvo ante su actitud, nunca había visto a alguien tan desesperanzada. Se acercó lo suficiente, para darle un beso en la comisura de sus labios, ella ni se inmutó. Pareció haber apagado sus emociones, ¿en realidad estaba perdiendo toda esperanza de ser feliz? ¿No iba a pelear, a luchar? ¿Tan fácil se estaba rindiendo? —¿Estás bien? —Él se preocupó, al darse cuenta de la forma en que ella parecía inconexa. Sin embargo, solo se limitó a asentir. Anna Collins la abrazó por un rato. Katherine no mostró ningún atisbo de flaqueza, a decir verdad, no mostró nada. El siguiente en felicitar a la novia fue Aarón, el padrino de la boda. —¡Felicidades, señora Gossec! —Sintió deseos de r
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Admitiendo la derrota
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