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Una esposa rebelde

Una esposa rebeldeES

Romántica
Emma Richardson  En proceso
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120Capítulos
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Resumen
Índice

Sinopsis

MatrimonioBellezaRebeldeRomanceMultimillonarioDramaMatrimonio por contrato

Cuando Katherine Deveraux accede por rebeldía a casarse con Daniel Gossec, un mujeriego que va por la vida dejando corazones rotos, cree que ha matado toda posibilidad de conocer el amor que, por derecho universal, todos poseen. Al casarse deberá ir a vivir a una hacienda que Daniel heredará de su abuelo materno, una de las condiciones para que la herencia fuera suya en su totalidad, era casarse y vivir por un año allí, de lo contrario, esta pasaría a su nefasto y traicionero primo. La convivencia los hará lidiar con sus caracteres, miedos, conflictos personales y enemigos que formarán alianzas peligrosas. Cualquier paso en falso podría ser un «error de cálculo» que conlleve a perder más que un bien material.

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Una esposa rebelde Novelas Online Descarga gratuita de PDF

Último capítulo

  • Una desesperada petición

    El mundo de Ivette se había resquebrajado, su infamia logró agrietar el amor entre Daniel y su esposa, así que ella no permitiría que se cerrase, menos si ella podía evitarlo o profundizar en esta. Poco le importaba lo que dijese su hermana o el repudio de su cuñado, quien a fin de cuentas era un infame. Quería a Daniel y estaba dispuesta a recuperarlo, perder no era una opción, ella no era de las que perdí o se rendía.El auto frenó con ímpetu y casi derrapando en la entrada de la casa. Marina y Alicia salieron asustadas, pensando en que sucedía algo malo, aunque esperaban con ansias la llegada de la joven pareja, dado que el día anterior uno de los empleados de la hacienda había llegado con la camioneta de Katherine. Eso quería decir que estaban juntos.—¿Dónde está él? —Ivette llegó a la hacienda buscando a Daniel, y demandando como si aquel lugar le perteneciera.—¿A quién se refiere? —Alicia preguntó, fingiendo no entender a qué se refería.—Ah, tú eres la chiquilla esa que mirab

  • Tras una ausencia inesperada

    La noche fue más silenciosa de lo acostumbrado, sobre todo, estando juntos. Aun así, no fue una noche fría con ese silencio incómodo, hostil o lleno de desesperanza. Fue una en la que los amantes se reencontraban, luego de una ausencia inesperada.No conversaron del pasado, ni del presente, tampoco del futuro. Esa noche se comunicaron con los ojos, se entendieron mejor que con las palabras o el fuego de una pasión soterrada.—Ángel, ¿qué quieres de desayunar? —Daniel le preguntó desde la puerta del baño, mientras la miraba lavarse los dientes.—No creo que haya mucho para elegir —respondió alzando un hombro. Enjuagó su boca y arregló un poco sus cabellos.—Entonces… —se acercó a ella y la abrazó por la cintura para darle un beso en su cuello—, la invito a desayunar, señora Gossec.Katherine sonrió condescendiente, aún le costaba creer que sus problemas estaban resueltos. Ayer lloraba y para ese momento parecía que su corazón jamás se repondría, dos días atrás había decidido irse tan l

  • Catarsis

    Katherine no dijo nada más, salió del consultorio tras darle las gracias al amable doctor y esperó por Daniel en el pasillo. Caminaron sin decir nada, el silencio frío e incómodo interceptó cualquier punto que les permitiera converger. Ya no eran ni la sombra de lo que fueron en su viaje a la isla ni los días posteriores. En ese instante, sí que parecían un matrimonio obligado. Él respiró hondo.—Estos exámenes los haremos mañana antes de irnos a casa —Daniel anunció una vez que estuvieron dentro del carro.—¿Irnos? —Katherine mostró su reticencia—. Yo no pienso irme contigo a ningún lado.El carro frenó de repente y él sacó las llaves del inducido antes de voltearse a mirarla. Ella miraba al frente, sorprendida por lo abrupto del frenazo.—Escúchame algo —Daniel habló conteniéndose—. Tanto quieras cómo no, te vas a regresar conmigo. Entiende eso, mientras más pronto lo hagas será mejor para ti.—¿No entendiste? ¿O no te da la gana de entender? —Ella siseó molesta—. Ya no te quiero y

  • Dudas resueltas

    Katherine miró la hora en el teléfono. Llevaban casi una hora fuera de la cabaña, tras discutir de nuevo y alegar una y mil veces que ella era lo bastante autónoma como para hacer las cosas, que no necesitaba de un vigilante detrás de ella, indicándole lo que debía o no hacer. Se marcharon al médico.Pararon enfrente de una clínica y Katherine miró con resignación el edificio blanco de enormes ventanales. Respiró un par de veces, antes de que Daniel le abriera la puerta para salir. Él le sonreía y ella solo podía mascullar cualquier palabra y evitar su contacto.«Resiste, resiste, Katherine», se animaba a sí cada vez que él se le acercaba.Caminaron juntos, pero sin tocarse. Ella seguía manteniendo la distancia y aunque no lo dijera, a él le dolía. Necesitaba tanto de su roce, de su toque, su piel, el calor de su cuerpo, todo su perfume, su risa y, sobre todo, que lo mirase con el candor de un amor naciente. Con aquella mirada diáfana y risueña.Le dijo todo lo que sentía, lo que ella

  • Porque te amo

    Cuando la escuchó vomitar en el baño, se asustó y este incrementó cuando ella se negó a responderle, aun así, dejó de oír la llave de la ducha. Estaba consciente, eso lo tranquilizó. Sin embargo, cuando abrió la puerta y vio su aspecto pálido, más fantasmagórico. Lo supo. Había agotado todas las reservas de energía en su cuerpo y la falta de alimentos le pasaba factura a su cuerpo.Se detuvo frente a ella cuando la miró apoyarse en la pared y dar pasos inseguros y tambaleantes. Sabía que con lo terca que era, no dejaría que él la tomara de la mano, siquiera. Sintió temor de que se hubiera descompensado hasta el límite de enfermar.Entonces la miró desorientada y sus rodillas se doblaron. Logró asirla antes de que cayera bocabajo en el suelo. Al levantarla pudo constatar que había disminuido en peso, lo suficiente como para casi no pesar nada.La depositó con cuidado sobre el mullido colchón y acarició su rostro con angustia, tomó su pulso y estaba un poco acelerado, al igual que su co

  • Aquí contigo

    Katherine dormía profundo al fin. ¿Tal vez por una semana? La verdad es que ni él mismo sabía cuánto tiempo hacía desde que ella se fuera de su lado, para él parecieron meses. Cada día quizás una eternidad y cada minuto una vida en el infierno. La observó dormida por un rato, estuvo sentado en el suelo a un lado de ella, no quería despegarse de allí, había tenido que vivir sin su presencia por mucho tiempo, y todavía preservaba el miedo de que ella a la mínima oportunidad huyera de nuevo.Es por ello, que hacía media hora cuando se despertó, tras haber tenido otra de las ya incesantes pesadillas de ella alejándose entre la espesa bruma, corrió como bestia salvaje, escaleras arriba, culpándose por haberse quedado dormido. Si era sincero, el sueño le hacía falta. Tomó suave su mano, reteniéndola cerca de él, observando vigilante el rostro de su ángel. Alejó una hebra de cabello que se posó sobre sus ojos y no pudo evitar besarla en la frente; dulce, suave y rápido. Katherine se removió

  • Todo antes de ti

    Daniel la miró inquebrantable. No sabía si respirar o no, si gritar o agarrarla y levantarla de ese sofá que los separaba como si estuvieran en continentes diferentes y abrazarla como su mente lo pedía. Tanta lejanía le oprimía el corazón. Sin embargo, respondería a todas sus interrogantes. —La noche del beso… —Daniel hizo una pausa—, ella llamó a la hacienda para decirme que iría para allá, yo no la quería cerca de mí, no estaba seguro de lo que sentías por mí y me encontraba confundido con la rabia que sentía por ella, había jurado que Ivette sería solo mi pasado, pero no fue así. Al día siguiente, marcharme fue lo más duro que hice, porque algo más fuerte que mí mismo, me decía que debía quedarme. Estuve a punto de volverme loco, yo… no sabía cómo mirarte luego de la forma en la que te traté después, así que me fui. —Cerró los ojos y echó la cabeza para atrás, siempre se había arrepentido de esa decisión—. Ella llegó a casa de mi padre ese día, no sabía que estaba casado, ni mi pad

  • ¿Cómo te hago entender?

    Daniel se armó de paciencia, mientras más ella insistiera en alejarlo, más se quedaría. Katherine debía dejar de escapar, porque él no estaba dispuesto a permitirlo. —Muy bien, tampoco quiero imponer mi presencia —respondió para darle el gusto. —Dijiste que querías que habláramos —le recordó sin mirarlo siquiera. Eso le desgarró el alma, nunca fue tan fría con él, ni siquiera luego de las discusiones que tenían antes o de que la ignorase para evitar caer en su hechizo. —Y lo haremos…, mientras tomamos algo —añadió, viendo su cuerpo iluminado por la luz del fuego en la chimenea. Katherine lo escuchaba mover objetos en la cocina, se resistió a seguirlo con la mirada. Verlo solo le provocaba ganas de correr hacia él y abrazarlo. Necesitaba tanto de su abrazo que se sentía cada vez más miserable. Tenía que ser fuerte, él podía arrastrar cual ola dantesca y sumergirla en la profundidad del mar. Después de unos minutos, ambos tomaron asiento frente al otro en un sofá y bebieron el pri

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Una decisión rebelde
Una esposa rebelde/Emma Richardson
Era febrero y ya el calor comenzaba a hacerse notar en la ciudad, aun así, nada tenía que ver el mes con el clima o lo que se iba a suscitar en ese momento con el mes. Las cosas muchas veces o en su mayoría suceden como no te las esperas, esa parecía ser una de las tantas leyes del universo que ese día se cumpliría. —No. No estoy segura, y tampoco pienso dar marcha atrás —Katherine dijo negada a reconocer que tomó una decisión por rebeldía. Ana Collins guardó silencio con la mirada puesta en la única persona que quería, como si fuera su hija. Recordó que la mujer que ayudaba a vestir y arreglar para su matrimonio, había llegado a esa enorme casa con apenas dos meses de nacida, aquellos grandes ojos grises cual plata sólida y espesas pestañas, piel pálida y mejillas sonrosadas. En aquel entonces, supo que de ella dependía en parte, la felicidad de esa pequeña niña con cabellos de camomila, cuyo destino estuvo regido por la apatía alguien que resultaba ser carne de su carne y sangre d
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La propuesta
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Después de los dieciséis años, la joven se ganó el apodo de: la rebelde e irreverente, Katherine Deveraux. Todos compadecían al padre por tan atolondrada hija, que lo tenía siempre con el alma en un hilo. Dos veces se escapó de casa, por desgracia para ella y por fortuna para Anna Collins, su padre logró dar con su paradero en ambas ocasiones. La última vez terminó localizándola, trabajando en una zapatería en otra ciudad a cinco horas de donde vivían. Guillermo amenazó con demandar al empleador por violar la ley y darle trabajo a un menor de edad sin permiso de su padre. Aquello la hizo avergonzarse a morir, a Dios gracias, no volvería a ver a su jefe ni compañeros. Esa vez hasta sus amigos salieron crucificados, su padre les prohibió de forma tajante volver a verse, sobre todo porque ellos siempre acababan avalando cada travesura de su hija. A pesar de eso, ella siempre le veía lo bueno a todo, aunque no tuviera pies ni cabeza, eso era con exactit
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Renunciando a todo
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Debió estar loca, nunca ha debido escucharlo. Si él no le hubiera propuesto aquello, ella no lo habría considerado jamás, de haber mejorado las cosas, seguro se estuviera casando por amor, no por rebeldía. Respiró profundo y giró con nerviosismo el ramo sobre sus manos. —¡Que comience la función! —Titubeó antes de llegar a la puerta y con voz trémula dijo—: Anna, regálame un abrazo. Ambas mujeres se envolvieron en un cálido y esperanzador abrazo. No tranquilizaría su alma atribulada, su padre una vez más le quitaba el placer de conocer el amor, al ser condescendiente en su más reciente dislate con disfraz de decisión. De todo eso le quedaba una certeza, que su padre no sería su salvador. En su interior, se confesaba una enamorada empedernida de la idea de amar a alguien y ser correspondida con igual intensidad. Una cursi que creía en poemas y cartas de amor, que leía novelas románticas con finales felices. Quizá porque buscaba con determinaci
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El brindis
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Daniel se acercó a ella una vez que el jefe civil los declaró de manera oficial, unidos en matrimonio. Ella se irguió en su metro sesenta y siete, mirándolo directo a sus ojos azules, él le concedió una sonrisa y frunció un poco el ceño al observar la sólida plata de sus orbes, escrutándolo. Su respiración se detuvo ante su actitud, nunca había visto a alguien tan desesperanzada. Se acercó lo suficiente, para darle un beso en la comisura de sus labios, ella ni se inmutó. Pareció haber apagado sus emociones, ¿en realidad estaba perdiendo toda esperanza de ser feliz? ¿No iba a pelear, a luchar? ¿Tan fácil se estaba rindiendo? —¿Estás bien? —Él se preocupó, al darse cuenta de la forma en que ella parecía inconexa. Sin embargo, solo se limitó a asentir. Anna Collins la abrazó por un rato. Katherine no mostró ningún atisbo de flaqueza, a decir verdad, no mostró nada. El siguiente en felicitar a la novia fue Aarón, el padrino de la boda. —¡Felicidades, señora Gossec! —Sintió deseos de r
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Lo que lo comenzó todo
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Hasta la noche de la propuesta, solo la había visto en fotos y de lejos, mientras ella tomaba una malteada de chocolate en la fuente de soda del centro comercial, acompañada de un grupo de jóvenes. Por designios del destino, al mirarla se decantó por su belleza sobria y sonrisas espontáneas, ignorante de cómo el resto la miraba con deleite. Ella era como el Sol y los demás solo orbitaban a su alrededor en busca de su luz y su energía.No era consciente del efecto que causaba en quienes la rodeaban.Fue justo allí, donde recordó esa absurda cláusula que meses atrás el abogado de su abuelo le revelase, para ese momento, salió sin preguntar muchas cosas; no quiso saber nada más, esa idea le parecía un dislate de su abuelo en pleno lecho de muerte. No obstante, al tener a la joven frente a él, no le incomodó tanto la idea del matrimonio, que, aunque absurd
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Admitiendo la derrota
Una esposa rebelde/Emma Richardson
Katherine se sentó en un lugar apartado de todos los que se hallaban en la casa. Cerca de una pequeña mesa en la que estaba un florero y un portarretrato donde aparecía enmarcada una foto suya de cuando celebraron sus quince años.Fue el único cumpleaños que disfrutó en grande y en el que creyó que su padre, en verdad, la quería. Menudo engaño, días después tuvo el desagrado de escucharlo discutir con la señorita Collins, sobre su actitud. Pasado el evento, él retornó a su postura apática y distante con ella.Su padre catalogó de insolente a su institutriz, y encima de eso le recordó con desdén que su único deber, era para con su hija.Buscó a Guillermo Deveraux con la mirada y lo encontró hablando con Daniel, su ahora esposo. Esa palabra pesaba demasiado para procesarla en un solo día, y mirarl
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Emociones
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Miró su rostro en el espejo antes de salir del lugar, las lágrimas habían dejado un pequeño y delgado sendero, presionó sus manos en ambas mejillas hasta secar lo que quedaba. Salió de la habitación y al darse vuelta, encontró a Daniel apoyado en la pared contraria, observándola. Sus miradas se enlazaron y aun cuando quiso apartarla, no pudo. La mirada de él era como un imán que atraía la suya, adhiriéndola.Un escalofrío despertó su piel en un leve hormigueo que pasó caminando por su estómago y danzó en su vientre. Se deshizo de esa extraña sensación y desvió la mirada. Caminó para salir del pasillo, mas, al pasar a su lado, él la tomó por el codo y la hizo retroceder hasta estrecharla contra la pared en la que segundos antes, él estaba recostado.Sus respiraciones se juntaron mezcladas con wiski
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Esa nueva vida en la que parecía navegar por un mar desconocido para el hombre, le causaba desazón. Para ella con certeza lo era, más aún, siendo algo para lo que sabía que no estaba preparada, ni siquiera contemplaba que se casaría por esas razones. Si se atreviera, reconocería en algún momento que estaba cometiendo el peor error de su vida. No era nada sensato su actuar, la impulsividad y esa decisión conducida por la rabia y la rebeldía, acabaría en su contra en algún momento. Debía estar preparada para eso.—Estás muy pensativa. —La voz de Daniel disolvió su pensamiento.—Sé que no habrá luna de miel, eso acordamos, pero ¿a dónde vamos?—Estaremos a casi una hora de la ciudad en auto —respondió con serenidad—. El año que permanezcamos casados, deberemos vivir en la hacienda de m
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Otro hogar
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La noche comenzaba a descender con sigilo. Una noche sin luna que se hacía más fría y desolada. Le habría gustado un poco más de luz o que hubiera luna llena, así podría ver mejor hacia dónde se dirigían. Un pequeño pueblo de calles estrechas y de una sola vía los recibió, pronto estuvo frente a la iglesia que quedaba en la plaza lugar, un centro comercial a unos metros de distancia y la jefatura civil quedaban alrededor. Al menos sería difícil perderse en ese pueblo. Al pasar del centro de la ciudad, la última parada era al salir del pueblo, una gasolinera de veinticuatro horas.—Si quieres algo de comer podemos comprar para llevar en el restaurante. Coloco gasolina y nos vamos —dijo mientras desataba por completo el nudo de la corbata y la tiraba en el asiento trasero junto con su chaqueta.Suspiró mientras retorcía las manos en el vestid
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Decir que Katherine pudo conciliar con el sueño era un absurdo. En primer lugar: porque no era su cama; segundo: tampoco era su casa, todo resultaba no solo nuevo y desconocido, sino absurdo; tercero: no confiaba en un desconocido y cuarto: seguía buscándole cabeza a lo que no tenía ni cuerpo, quizás esperando no haber errado en su decisión. Pudo seguir enumerando muchos de los factores por los que estuvo despierta casi toda la noche, pero se resistió a seguir en ese plano. Ya lo hecho hecho estaba y no servía de nada el arrepentimiento.«¡Demonios!». Ni siquiera sabía si quería permanecer allí, tan cerca de ese lobo con piel de cordero, sin duda era peligroso, sobre todo cuando estaba demasiado cerca de ella, se sentía extraña en el buen sentido y eso no le gustaba mucho.La última discusión que sostuvo con su padre, le termin&oa
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