—Te guste o no, me quedaré aquí. Es mi deber —insistió.
Mi miedo volvió en oleadas. En mi cabeza repetía que ya no era la humana sucia, la chica gorda de quien la gente se reía. Yo era Tati, la que fue ascendida en el restaurante, que ve películas. La amiga de Mariela y Martín.
—Por favor, escúchame