••Narra Kiara••

—Lo siento, Alexander. Fue mi culpa —susurré contra mis manos.

—¡Ya deja de llorar, maldita sea! —gritó uno de mis secuestradores, arrojando una tabla podrida muy cerca de mis pies.

No me inmuté.

Estar en este sucio suelo de un almacén abandonado era irrelevante para mí. Mi mente seguía en aquella escena del crimen.

Los ojos me ardían al punto que me costaba mantener los ojos abiertos. No era a causa del humo al que fui expuesta, sino por la cantidad de lágrimas que he derramado.

No podía dejar de pensar en Alexander, en el sonido de su cuerpo al desplomarse en el piso, en sus pectorales manchados de sangre. Le dispararon. Recibió una bala por protegerme.

Ni siquiera pude ver si sus ojos estaban cerrados. O si estaban abiertos, sin vida.

Tuvo que haber muerto. Por la cantidad de sangre que sentí en su pecho, la bala debió darle en el tórax. Una herida ahí era muy grave. Sus pulmones, su corazón, su diafragma. Todo estaba expuesto.

Y yo estaba aquí, con