—No podemos hacer eso, hija. A ti te dejarán salir, pero a mí no —Sus ojos fueron de mi rostro al de mi padre, inconsciente en el suelo. Al verlo sangrar, no fui capaz de sentir nada, ni tristeza, ni culpa. Nada.
Su pecho subía y bajaba lentamente, lo que indicaba que estaba vivo.
«Ojala se hubiera muerto con el golpe» pensé.
Agrandé los ojos al darme cuenta de mis pensamientos.
No debería pensar de esa manera. Era incorrecto, pero… No podía evitarlo.
¿Y si… Lo golpeaba otra vez tal vez si logre...?
Negué con la cabeza. Respirando profundo, alejando aquellos pensamientos que me imploraban venganza, saldar una deuda que llevaba existiendo desde mi nacimiento.
—Tienes que irte. Cuando… cuando tu padre despierte, me encargaré de que no busque lastimarte. Quédate en la mansión de tu esposo. No salgas por un tiempo —Tomó mi rostro entre sus manos, enjuagando mis lágrimas con los pulgares. Su tacto se sentía tan reconfortante, pero también me daba mucho miedo. Era como si se estuv