Stu se levantó temprano y se sentó a desayunar el balcón de su cuarto de hotel, con Florencia y las colinas desplegándose ante él bajo el sol matinal todavía bajo. Al otro lado de la mesa redonda de vidrio y hierro forjado, cubierta por un primoroso mantel blanco; al otro lado del jarroncito de porcelana con flores frescas, el jugo, el café, los platos; al otro lado como un comensal más, estaba la computadora, acomodada de tal manera que C pudiera ver el paisaje y él pudiera verla a ella. Cuando C llamara.
El sol subió mientras Stu desayunaba sin prisa, en completo silencio. A las ocho C todavía no se había conectado, pero él sabía que para las costumbres argentinas, su sábado a la noche recién comenzaba. Desde que se conocieran, C había pasado con él todos los sábados a la noche, con excepción de los cumpleaños de los demás