—¡Mierda! ¿Cómo puedo ser tan perra?
Tu risa y mi exclamación llenaron la cabina a oscuras de la SUV.
—La tercera seguida —notaste.
—¡Y ahí voy de nuevo! ¡Cuatro! ¡Dios, odio esta canción!
—¿Por qué no dejas que la tecladista toque la rítmica? Apenas se escucha su base, nadie advertiría si no está.
—Me encantaría, pero Elo nunca logró aprender bien el riff, y Mario tampoco.
—Pero no es complicado.
—¡Claro que no! ¡Oh! ¿Escuchaste eso?
—¿Ahora también la pifias con la voz?
—¡Mierda!
Volviste a reír divertido y tu mano derecha dejó el volante para darme a tientas un palmazo al mejor estilo Ray.
—¡Escucha eso! ¡No le aciertas a una maldita nota! —exclamaste, muerto de risa—. ¿Qué te dio? ¡Suenas como un marinero ebrio!
Yo meneaba la cabeza, la frente contra mi mano, pasmada ante la seguidilla de errores de guitarra y desafinadas con la voz que cometiera durante Heart. Cuando te escuché decir eso, estuve