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Stu se incorporó, sus ojos siguiendo a C que se apresuraba de regreso a la sala de ensayo. Aguardó a verla cerrar la puerta a sus espaldas y alzó la mano para interrumpir a Ragolini, que la había soltado a hablar de lo bien que iba la venta de entradas en todo el continente, como si eso no fuera para lo que lo había contratado.

—Disculpa, Mariano, ¿te molestaría traerme una cerveza? —preguntó con suavidad.

—Por supuesto, señor Masterson.

Ragolini se permitió un gesto de sorpresa cuando su director artístico se apresuró a cumplir el recado como si fuera el último interno.

Mientras tanto, Stu encendió otro cigarrillo con toda la calma del mundo y encontró los ojos del empresario a través del humo. Lo enfrentó muy serio, los treinta centímetros de diferencia de estatura entre ellos sin atenuar en lo más mínimo el efecto de su ceño fruncido.

—Dime, Lalo, ¿recuerdas lo que hablamos la primera vez que te llamé, hace ya casi seis meses? —preguntó, sin la

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