—Espera —dijo Rubí, deteniendo a Polly con un tono sombrío.
—¿Y eso? ¿Te preocupa que lo encuentre? —Polly se burló, confiada. Ella misma lo había colocado, así que estaba segura.
—No quiero que alguien como tú toque mi bolso —respondió Rubí con frialdad—. Puedes revisarlo si insistes, pero tendrás que ponerte guantes. No vaya a ser que tus manos sucias lo dañen.
Lo dijo con tal naturalidad, casi con una sonrisa, pero el desprecio era evidente. Parecía reírse de Polly, como si la considerara demasiado insignificante.
—Tu... —Polly apretó la mandíbula y asintió con rabia—. Bien. Me pondré los guantes.
Se volvió hacia la dama adinerada que estaba cerca.
—Señora, ¿podría prestarme sus guantes?
La mujer asintió con elegancia y se los entregó. Polly se los puso y volvió a revisar el bolso con sumo cuidado.
Pero el pendiente no estaba. Revisó todo. Lo vació. Nada. Solo lo que la mujer había dicho. Ningún pendiente.
Volvió a volcar la bolsa con frustración. Tampoco. No había nada.
—No puede