Marcus frunció el ceño, como si dudara antes de hablar.
—Siempre solía pensar que si tu estatus fuera un poco más alto, tal vez no tendríamos tantos problemas. Pero ahora que eres una princesa… no estoy tan seguro de que sea algo bueno.
Rubí lo miró divertida.
—¿Por qué?
Él suspiró.
—Eres la princesa, y tendrás que irte. No será tan fácil verte. Y… si te hago enojar en el futuro… ¿qué pasará conmigo?
Su tono medio serio, medio juguetón, la hizo reír. Rubí se acurrucó entre sus brazos y respondió con dulzura:
—No importa si soy una princesa o una mendiga, Marcus. Tú nunca me intimidarías.
Marcus sonrió apenas y la estrechó más fuerte, apoyando la barbilla sobre su cabeza. Su cabello largo, suave y fragante le rozaba el rostro, y la calidez de ella lo envolvió por completo. No pudo resistirlo: la besó, lenta y profundamente.
La noche estaba en calma, y el mundo parecía detenerse a su alrededor. Hacía tiempo que no compartían un momento tan íntimo. El beso se prolongó hasta que ambos que