Aun conmovido, su sentido del deber lo obligó a mantenerse sereno.
Por eso fingió indiferencia, miró a la llorosa Sabrina con una mezcla de severidad y ternura, y dijo:
—¿Por qué lloras? Qué vergüenza sería para nuestra hija verte así. ¿Cuántos años tienes? Contrólate un poco.
Pero Sabrina, aun llorando, alcanzó a notar el brillo húmedo en los ojos de Tobías. Sabía que él también estaba profundamente afectado. Estaba feliz, emocionado y, al mismo tiempo, arrepentido.
Arrepentido de no haber reconocido antes a su hija.
Rubí los esperaba junto a la entrada. En cuanto el coche se detuvo, el conductor Arnold bajó rápidamente para abrir la puerta, pero Sabrina no esperó.
Ignorando por completo la etiqueta real, salió del auto apresurada y corrió hacia su hija.
Extendió los brazos y la abrazó con fuerza, las lágrimas resbalando sin control por su rostro.
—Rubí… mi preciosa hija… realmente eres mi hija… —susurró entre sollozos.
El abrazo fue cálido, desesperado y real. Ninguna palabra podía