Tan pronto como Marcus entraba en la oficina, se transformaba en un completo adicto al trabajo. Comía allí mismo y rara vez se levantaba del escritorio. Dylan, por su parte, podía pasar todo el día en la sala de juegos construyendo figuras de Lego sin cansarse, incluso olvidando las comidas. Solo pensarlo resultaba agotador.
Dylan tenía un resfriado que requería medicación constante, y Rubí no podía evitar preocuparse de que los medicamentos le provocaran vómitos o malestar.
Esa idea la inquietó profundamente.
Y luego estaba Marcus, quien, cuando se concentraba en el trabajo, olvidaba por completo comer, y nadie se atrevía a recordárselo. Si la comida se enfriaba después de un rato, ya no la tocaba.
Al pensar en ello, Rubí sintió una punzada de incomodidad.
Llevaba más de media hora sentada en el coche, estacionado frente al edificio del Grupo Maxwell. Todo transcurría con normalidad en la entrada; no había señales de Marcus ni de Dylan.
Decidió esperar un poco más. Después de todo, s